El concienzudo disparate que nos gobierna
Por mucho que se empeñen en demostrar lo contrario, a los políticos se les lleva viendo el plumero desde hace tiempo, lo que significa que ya no nos sorprende ni nos creemos nada de una comedia en varios actos que no tiene la más mínima gracia.
Lo de las elecciones en plena canícula fue toda una demostración de ninguneo a la ciudadanía, interrumpiendo de forma abrupta las vacaciones, lo que ha obligado a una pantomima de investidura en agosto, una pantomima que se ha saldado, como no podía ser de otra forma, con un auténtico despropósito.
Está más claro que agua cuando era clara quién va a gobernar el país y a cambio de qué, pero hay que marear la perdiz aunque algunos pretendan, inútilmente, cazarla al vuelo.
Desde hace un tiempo la vida pública se está convirtiendo en una metáfora de sí misma, como el propio título de esta carta, porque un disparate no puede ser concienzudo a menos que se vayan a cambiar las reglas del juego sin que nos enteremos que estamos en el limbo.
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