Bochorno climático y sociopolítico
En Expaña vamos de culo (licencia poética).
En algunas webs, en algunos blogs, en algunos abrevaderos virtuales o de papel en los que el común de los mortales nos desahogamos de vez en cuando creyendo que nuestra opinión merece la pena o sirve para algo, una afirmación como esta, por ajustada o no que sea a la realidad, puede ser censurada por motivos diversos. En algunos medios -pocos, a decir verdad- por pudor patriótico; en otros -tampoco muchos- por reglas, ortográficas y de estilo o por la polisemia subyacente. Y en los más -en los medios ya largamente desprestigiados por su servilismo- porque no son bienvenidas las discrepancias con el catecismo. Si estas líneas llegan a ser leídas más allá de mi propia pantalla es que he acertado eligiendo atril.
Bien. El caso es que, tras la efímera vivencia -o ingenua fantasía- posbélica de pluralidad ideológica y política en concordia, libertad y respeto -catalogada por los nostálgicos como “La Transición” o el espíritu del “Régimen del 78”-, estamos acostumbrándonos peligrosamente a que la balanza de la igualdad ante la ley se desequilibre persistentemente de un lado, y a que no suenen las alarmas, ni por forros, ni por foros ni por medios ni por calles, con la estridencia -o, al menos, con la potencia- que, sin recato, lo hacen de impostarse, suponerse o insinuarse oscilación alguna hacia el otro lado. No digo ya de producirse, porque ardería Roma y aledaños, como ya osan anunciar amenazadoramente, sin pudor alguno, líderes y lideresas supuestamente democráticos.
Un ejemplo de estos doblemente bochornosos días: Por un lado, tenemos un partido legal de corta historia, situado en el lado diestro de la fuerza, que -por decirlo finamente- ha venido a enfrentar con sus silencios y contradicciones a los más próximos, y que, por muy diversas razones, parece que tuviera que mendigar urbi et orbi el perdón por su frescor, rebeldía y sesgo, y el respeto y el reconocimiento a la representatividad que ostenta, fruto de un legítimo voto ciudadano. En la línea de obviedades que, por lo visto no alcanzan entre el noble pueblo español la categoría de consabidos, viene a cuento el símil “alumno/a diferente o incómodo/a” en torno al que se tienden distintas formas de “cordón sanitario” por los chulos de la clase (potenciales matones de derecha a izquierda), con la venia, la impotencia o la irresponsabilidad del maestro o maestra (instituciones minadas y leyes endebles). Fachas y totalitarios deberían estar exultantes por este acoso, y los progres deberían arder de santa ira y justa indignación, pero no parece que sea así. Por otro lado, tenemos a la izquierda unos partidos también legales, jugando peligrosamente sus cartas con otros, no tan exentos de serias reservas democráticas, genómicas o comportamentales, situados en el lado siniestro de la fuerza prácticamente todos y/o con manifiesta vocación anticonstitucional varios de ellos, poniendo a prueba con ojo carroñero al sistema que ha demostrado su debilidad ab initio, su erosión y corrosión a posteriori.
Y en este caos, un elenco de sedicentes prestigiosos juristas haciendo un segundo nivel de Ingeniería del Derecho -ingeniería en su acepción más peyorativa- para buscar recovecos, si no artificios, para burlar las leyes en la forma que más complazca a quienes las han violado, las están violando y las seguirán violando mientras sigan formando parte de una España que desprecian u odian. Sugestivo escenario.
Me pregunto, y pregunto: ¿hay líneas rojas en la política española? Concreto más: ¿para buena parte de la izquierda española, hay, en la política nacional, otras líneas rojas distintas de las marcadas por los cordones sanitarios que ellos mismos tienden, o por los listones con los que practican sus saltos?
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