Una tarde en Penarronda
En la orilla, en una charca, el bebé de un año chapoteaba con sus manos en el agua. El padre, ajeno al juego de su hijo, intentaba justificarse ante el reproche de su pareja, que lo acusaba de estar todo el día leyendo y mandando mensajes, sin preocuparse por su hijo. “No puedes dejar el móvil tranquilo”, le decía. Él le contestaba: “Es el último, ahora cierro”. Los wasaps seguían sonando. Los insultos subieron de tono. El bebé seguía con las manos dentro del agua y comiendo arena.
Un señor con rasgos nórdicos paseaba cogido de la mano con su pareja. Ambos entrados en años y en canas caminaban en silencio. Él llevaba perilla de chivo y el escaso pelo lo recogía en una coleta en la nuca. La barriga prominente le cuelga por encima de un bañador que le llega a la rodilla. Ella, con sobrepeso y senos caídos, lleva una blusa de color azul y verde que se confunde con el mar y el cielo. El silencio que los acompaña indica que ya no tienen nada que contarse. Son muchos años juntos. La rutina diaria sepultó su amor.
Una pareja está tomando el sol tendida en la arena. Ella, que estaba leyendo en un ebook la última novela de Ken Follett, se incorpora y le pide a él que le ponga crema en la espalda. Él, sin mucho entusiasmo, cumple con el cometido mirando la sucesión de olas al subir la marea. El cuerpo de su pareja, tantas veces recorrido con pasión, ha dejado, para él, de ser atractivo. Mira el móvil, lee un mensaje, y se dirige al chiringuito a tomar una cerveza.
Tres mujeres caminan a buen paso por la arena y evitando las charcas. Todos los días se reúnen a las cuatro de la tarde para dar el paseo. Haga frío o calor ninguna falta a su cita. A veces con chaqueta, otras veces en bañador. Los maridos quedan en casa, tienen “alergia” a la arena. No quieren ni mojar los pies. Una cuenta el último chismorreo que corre por el pueblo y lo cuenta en voz baja no vaya ser que se entere toda la playa, y eso que a ella se lo contó la vecina, que es muy fantasiosa y tiene bastante que callar, pues anda que si hablamos de su hija, cómo anda vestida, y además las compañías que tiene, y a las horas que llega y cómo llega y el padre que es un “bendito” y no se entera de nada y lo que presume de su hija y el dinero que gana porque tiene un puesto buenísimo y la llaman a cualquier hora, incluso por la noche, para consultarle algo en su empresa. Todas le dan la razón, pero esto que no salga de aquí, no vaya a ser que se enteren en su casa que anda en boca de todos.
Dos chicos de unos treinta años corren descalzos por el arenal. El más alto le da instrucciones de cómo debe actuar con el ritmo de entrenamiento y a cada rato está mirando su reloj. El más joven sigue las instrucciones al pie de la letra y con admiración intenta no perder el paso. Cuando acaba el entrenamiento se dan un chapuzón en el agua y regresan a donde tienen las toallas y se tienden al sol cogidos de la mano. No necesitan nada más. El amor renace en Penarronda.
Un hombre de unos cincuenta años llega a la playa con su silla colchoneta en una mano. Lleva en el cuello una cadena con un medallón y en la mano derecha dos pulseras, una de todo incluido y la otra metálica con figuritas colgadas. En la mano izquierda en el dedo corazón un sello metálico de color gris claro y en el meñique una sortija de color verde. Le acompañan dos hijos adolescentes y su mujer. En mitad de la playa se para eligiendo el sitio adecuado y espera que su hijo despliegue la silla y se sienta mirando al mar. Su mujer le pone crema en los brazos y en la cara y al momento le abre una cerveza y se la acerca. Él degusta la cerveza con los ojos semicerrados y en actitud prepotente .Toda su familia está a su servicio. Todos dependen de él. Así fue desde pequeño. Su madre siempre cumplió sus deseos y su mujer y sus hijos también lo siguen haciendo. El mundo cambia, pero hay cosas que a él le gustan que no cambien. Dónde se vio que ahora hablen de igualdad y de compartir las faenas del hogar. Estas feministas...
Un padre lleva a la espalda a su hija adolescente que no puede caminar y se baña con ella al cuello. La adolescente con las piernas muy delgadas y torcidas intenta nadar sujetada por su padre y exclamaciones que solo su padre entiende. Cuando termina el baño la transporta a la espalda hasta una tumbona donde ella queda jugando con un peluche. El amor de un padre es capaz de vencer todos los obstáculos.
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