La lealtad, ¿es imprescindible?
Esta historia es antigua pero verídica: Según iban llegando voluntarios a la Legión, uno de los extranjeros se negó a jurar la bandera. Se le advirtió que podía ser fusilado, pero siguió imperturbable. Impresionado, el oficial al mando le preguntó el motivo. Adujo que si España y su país entraban en guerra, él defendería a su país. El oficial lo felicitó y lo puso como ejemplo delante de la tropa.
La lealtad ya no tiene ese sentir actualmente, anda mal enfocada estos días; quizá sea necesario un replanteamiento de las lealtades. Pongamos algún ejemplo: el hombre que le da a su mujer el bufido y a su secretaria el halago -no hablemos ya del siguiente paso- aún cree que es leal porque lleva el sustento a casa; el joven que va para médico y hace trampas en el examen no ve su lealtad para con el futuro paciente, al que dará una pésima atención cuando no arriesgue su vida; el ciudadano que se enfrenta al Estado -que es el que cuida por su seguridad y sus derechos- dando apoyo al político subversivo, no percibe que el Estado es de todos. ¡Que jóvenes son algunos! Los políticos no son dueños de nada, son funcionarios pagados por el Estado. Su cometido es trabajar para el Estado, no aprovecharse de él y luego atacarlo para su ridícula gloria, o para el desastre de toda una nación.
Y qué diremos de la lealtad a Dios, quien nos ha dado la vida, incluida la conciencia. Según las estadísticas, en España el sesenta por ciento no cree en Dios, pero junto al resto, creyente practicante o no practicante y agnósticos varios, suele ser leal a las tradiciones pagano-religiosas, las antiguas y las que se van añadiendo. Para la vida, las normas de Dios las pone Dios. “Habéis invalidado la palabra de Dios a causa de vuestra tradición. Hipócritas... ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy alejado de mí. En vano siguen adorándome, porque enseñan mandatos de hombres como doctrinas’” (Mateo 15:6-9). Lealtad, hermoso y absolutamente necesario principio, ahora en decadencia.
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