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Biblioteca para pingüinos

9 de Diciembre del 2010 - Juan Carlos Avilés González (Oviedo)

Ante todo, disculpen si en el transcurso de esta misiva se me escapa alguna errata involuntaria. Espero que se hagan cargo de que para un pingüino (también, mal que me pese, llamado «pájaro bobo») deslizar las torpes y atrofiadas alas por un teclado «qwerty» resulta una labor ardua y penosa. Para mayor abundamiento y comprensión de este escrito, les aclararé que yo antes era un paisano normal; eso sí, con una cierta facilidad de adaptación al medio, lo que llevado al extremo me supone cierta propensión a metamorfosis varias. Y en ésas estamos. Como les dije, yo era un paisano corriente y moliente, aficionado a la lectura y usuario habitual de bibliotecas. Pero hete aquí que, por circunstancias que no vienen al caso, fui a dar con mi pellejo, ahora recubierto de denso, negro e impermeabilizado plumaje, a la «Ramón Pérez de Ayala» de Oviedo, en pleno Fontán. Y allí ocurrió mi desgracia. Tras varios días sin calefacción, al parecer, por una avería, y con un frío que pela, mi cuerpo empezó a sufrir una serie de mutaciones: mis labios se fueron endureciendo y alargando, mis brazos acortándose, mis pies se recubrieron de membrana interdigital y mis andares, que siempre me llevaron más tieso que una vela, empezaron a escorar a diestro y siniestro haciéndome caminar sin la menor gracia y a trompicones. Así que, desde las cortas entendederas que aún conservo a pesar de mi progresiva y acelerada transmutación, yo me pregunto: ¿hay derecho a que en un servicio público de elevado fin como una biblioteca el personal ande estornudando a todas horas mientras se les entumecen las pantorrillas? ¿Es de recibo que las arcas del Gobierno regional parezcan no dar para reparar la calefacción y el equilibrio térmico del sufrido ciudadano? ¿A quién se le tiene que caer la cara de vergüenza, como a un servidor de congelación? Eso sin contar, para colmo de males y despropósitos, que los retretes no tienen luz, ni pestillos las puertas destinadas a salvaguardar la intimidad de ciertos menesteres.

Pues bien, señores: desde el frigorífico de mi casa, donde ahora me veo obligado a escribir esta carta para mantener el nuevo tipo, insto a quien diablos corresponda a que devuelvan la dignidad a mis anteriores congéneres, y que la biblioteca de El Fontán, además de una bonita fachada (a ver si nuestros próceres se enteran de una vez de que no basta sólo con eso), cuente con las condiciones mínimas para ejercer cómodamente las muy nobles actividades del estudio y la lectura. ¡Atttchísss…!

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