Una gran señora sin anillos
Una venerable anciana de ondulada melena blanca relataba a una joven, sentada junto a ella en el banco de un parque, que había hecho todo tipo de trabajos y que nunca se le habían caído los anillos, porque ni los tuvo ni lo tenía, y le enseñaba sus manos desprovistas de cualquier adorno que no fuera un ligero tono de color en las uñas de sus cuidadas manos.
Quien me lo ha contado, que me merece la mayor credibilidad, había escuchado la conversación, por encontrarse sentada en el banco de al lado, y no pudo evitar levantarse, llevada por la emoción, a abrazar a la señora, que lo recibió entre emocionada y extrañada.
Reconozco que es una anécdota peculiar que me ha llamado la atención tanto por el hecho en sí como por la capacidad de percepción que hay que tener para no perderse historias como esta. Historias como la de esta gran señora que se hubiera quedado en el anonimato, como tantas otras, porque vamos por la vida demasiado deprisa y nos pasa totalmente desapercibido lo que sucede a nuestro alrededor.
Siempre que mi prima Cristina me cuenta historias como esta pienso que ya va siendo hora de que me ponga las pilas, que no me entero.
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