Una historia del radio y Madame Curie en Portugal
En las comarcas del país luso fronterizas con Salamanca y Cáceres, se extiende un rosario de villas y aldeas fortificadas medievales que tienen un notable valor histórico, cultural y paisajístico. Son Idanha-a-Velha, Monsanto, Belmonte, Sortelha, Sabugal, Castelo Novo, Castelo Rodrigo y Trancoso; además de Almeida, otra villa de fortaleza que no es medieval, sino del siglo XVIII, con construcciones defensivas más modernas, de tipo Vauban.
Allí hice un viaje de fin de semana a esa zona, para conocer las ruinas de las termas de Águas Radium, unos restos del antiguo hotel balneario que tenía ese nombre en el primer tercio del siglo pasado y en torno al cual se ha ido creando una aureola de cierta nostalgia y mucha leyenda y misterio. Estas ruinas se sitúan precisamente en las inmediaciones de uno de esos pueblos históricos, Sortelha, que es llamativa aldea de casas medievales de granito, con cubiertas de tejas, entre riscos sobre los que sobresale un pequeño pero poderoso castillo del siglo XIII y una iglesia renacentista. El conjunto está preparado para la defensa bélica y conforma un espacio muy propio de aquella época, con callejuelas estrechas y tortuosas, que aprovechan en lo que pueden la orografía y el suelo agreste.
Es un lugar de espacios, formas y elementos duros, que no dejan, sin embargo, de crear una sensación cálida y acogedora, también porque por allí hubo una marquesa que concitó buenos recuerdos antaño y quizá también porque de alguna manera esas callejuelas, puertas, ventanas, almenas y techumbres nos llevan a raíces y ancestros familiares de una historia ibérica que nos hermana tras estas centenarias fronteras de separaciones políticas que, desde la Edad Media, llegan hasta ahora.
Las ruinas de los edificios del complejo hotelero y balneario Águas Radium están solo a tres o cuatro kilómetros de Sortelha y vistos desde la carretera dan una primera impresión de castillo medieval, pues se trata de construcciones muy sólidas con sillares de granito y de líneas almenadas en los pisos superiores. Hay un edificio principal, que fue el hotel Serra da Pena, que se separa a través de escalinatas, patios y terrazas de las construcciones del balneario; de la embotelladora del agua mineral que se comercializaba en farmacias; de los almacenes y de algunos otros locales adyacentes, entre espacios quizá entonces ajardinados donde había campos de tenis y de otros deportes.
El complejo hostelero fue construido y comenzó a funcionar dirigido por un español, casi mítico, llamado Don Rodrigo. Nombre que aparece repetido con el tiempo en aquellas tierras, pues algunos nobles caballeros medievales con ese mismo apelativo se significan en la historia de allí, sobre todo el que dio nombre a la vecina villa portuguesa de Castelo Rodrigo y a la Ciudad Rodrigo española, también cercana.
Sumario: A propósito de una visita al pueblo luso de Sortelha y del protagonismo del elemento químico en sus termas
Destacado: En los años que duró la moda del agua radiada y funcionaban bien las actividades hoteleras y balnearias del complejo, se llegó a correr la voz de que la Premio Nobel de las Ciencias había pasado unos días en aquella comarca
Poco después la propiedad del balneario y del hotel pasó a una empresa de capital inglés, hasta el final de los años cuarenta, época en que las aguas y barros radioactivos comenzaron a despreciarse por su peligrosidad y luego, demostrados sus efectos secundarios nocivos del radio, la situación acaba obligando a clausurar las instalaciones. Pero, hace un par de décadas, ha habido ciertos movimientos que hicieron pensar a los lugareños en el resurgimiento turístico y la rehabilitación del complejo hotelero, al que se añadirían campos de golf y otras actividades de ocio en la naturaleza, pero de momento estos rumores solo han quedado en buenos deseos.
En los años que duró la moda del agua radiada y funcionaban bien las actividades hoteleras y balnearias del complejo, se llegó a correr la voz de que la Premio Nobel de las Ciencias, Madame Curie, había pasado unos días en aquella comarca, dada una supuesta relación de la científica con la compañía minera francesa que entonces extraía allí cerca uranio, en las Minas da Bica. Incluso el eco de ese bulo pasa a formar parte de uno de los capítulos de la leyenda, que todavía hoy envuelve el ambiente de estos lugares de la Serra da Pena.
Como se ha visto, en tres décadas se pasó de la euforia en las terapias con aguas radiadas a la constatación de sus efectos secundarios insalubres y el consiguiente rechazo frontal a usarlo. Y también en esa época, se descubre y difunde en la opinión pública uno de los sucesos que desencadenaron graves enfermedades y muertes de mujeres trabajadoras con materiales radiados, a los que se sumaron notables protestas sociales y litigios. Como consecuencia acabó por aparecer una serie de medidas que abrieron camino a la sistemática de prevención laboral, ahora vigente en las sociedades avanzadas.
Estos hechos los describe la norteamericana Kate Moore en su libro titulado “Las chicas del radio. Lucharon por la justicia. Pagaron con sus vidas”, publicado en 2018 por la editorial Capitán Swing y que se pueden también encontrar en páginas de la prensa de la época, evocadas en la actualidad tras un siglo de historia.
El radio se había convertido en un elixir de moda para conseguir salud y belleza, pero también, entre otros usos domésticos, aparece en fábricas de relojes, sobre todo despertadores, para pintar sus agujas y números, por las propiedades luminosas del mineral que brilla en la oscuridad. Y en los años veinte, en Nueva Jersey, Illinois y algunos otros lugares de los Estados Unidos comenzaron a aparecer operarias de fábrica con diversos síntomas generales, tumores óseos, úlceras, inflamaciones, malformaciones, sobre todo en la boca y las mandíbulas; pues estas mujeres trabajaban con pinceles impregnados de radio, que humedecían en la boca con la saliva para pintar las manillas y esferas.
Inicialmente los empresarios negaban que el trabajo fuese peligroso, pero la evidencia de numerosos casos de enfermedades y muertes prematuras no se pudieron esconder. Las reacciones, denuncias y juicios duraron años, hasta que la realidad se acabó por imponer en la tercera década del siglo pasado. Y hoy Grace Fryer, pintora de esferas en la empresa United States Radium Corporation, es conocida como la primera en denunciar estos hechos en 1917 y, junto con otras “Chicas del Radio”, han pasado a la historia de la letra pequeña como grupo social que logra la puesta en marcha de mecanismos legales y administrativos para prevenir y mejorar la salud laboral en todos los niveles.
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