Un mundo sin alma
Pensar, todos pensamos. Lo que importa es el contenido del pensamiento. Hoy parece que se ha apoderado de todos nosotros un pánico cerval a enfrentarnos a muchas realidades y nos dejamos atrapar por una cultura de la evasión, del entretenimiento asegurado las 24 horas del día. De las adicciones confesables e inconfesables. Incluso de la, bien vista y recompensada socialmente, adicción al trabajo. Han surgido ramas nuevas de la psicología, como la ciberpsicología, puesto que nuestra interacción en redes sociales y foros virtuales no baja de tres horas diarias. El mundo, más que nunca, aparece como puro espejismo, envoltorio, representación y puesta en escena, falta de acomodo con el verdadero ser de cada uno.
También es reseñable el triunfo, nada humanizador, de mentalidades antipáticas y egoístas sin paliativos, que descartan el trato con gente que no nos aporte capital social o humano, simbólico o prestigio alguno mostrable. Somos prácticos y de descarte fulminante de todo aquello que se interponga en la construcción de una imagen grandiosa de nosotros mismos, tan soberbia, narcisista y egocéntrica como llena de carencias y asentada sobre pies de barro.
Decir cosas un poco interesantes sobre lo que verdaderamente somos ya suena como a sermón, pero nunca hemos estado tan pastoreados por líderes de opinión manipuladores, impactos mediáticos, de pura cortina de humo, que duran en pantalla un mes, influencers de pacotilla y falta total de agendas un poco serias y decentes para afrontar verdaderas cuestiones candentes de nuestras sociedades de paro juvenil, salarios bajos, problemas de vivienda, inflación imparable, incomunicación, desestructuración familiar y empobrecimiento espiritual. Cada día nos parecemos más a los personajes de “Taxi Driver”, “El Show de Truman”, “Lost in Translation” o “Parásitos”, marcados por la alienación, el desarraigo, el fracaso existencial, las huidas hacia adelante y la falta de valores más allá de lo puramente comercial y aparente. Estamos, sin duda, creando sociedades duras, huérfanas de hogares familiares estables, donde las mascotas hace tiempo han sustituido a los bebés y pasamos de vecinos y gente necesitada. Las manías y fobias neuróticas desplazan a lo constructivo, vinculado al esfuerzo ilusionado y las cosas bien hechas con afán de autosuperación.
Hay libertad, sí, y todo tipo de diversiones, pero falta la cortesía cordial, el respeto por el alma y la dignidad humanas. Dándose excesos de Calígula y Nerón, una mentalidad mediocre que se basa en el vacío existencial de desparrame, la depresión narcisista y el escaso ejercicio de la voluntad.
Hemos mejorado exponencial y sustancialmente, pero no hay referentes de ningún tipo, salvo estrellas y héroes millonarios del deporte, gente que vende su intimidad e imagen por pasta, en una cultura visual omnipotente, de incesantes ofertas y que encuentra su sentido solo en el consumo plastificado de experiencias que nos dan identidad, exhibiendo un ego a la moda, sin tragedias cósmicas cristianas ni altruismos no calculados. Una sociedad de falsos autosuficientes, que oculta profundas inseguridades y es auxiliada por todo tipo de gurús, psicólogos y coachs.
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