Covadonga
No es ningún impulso imaginativo el que me induce hoy a escribir. Viví la experiencia de novenas y fiestas celebradas en Covadonga. Y, aunque ya un tanto lejanas, brillan aún como las estrellas. Y no exagero esta emoción, pues nada de lo allí vivido quedó en el oscuro recuerdo. Días como estos, asturianos, asturianas y turistas exponían aire religioso, fraternal y festivo. Todos animaban y compartían la paz de la mejor fiesta.
Todos sabíamos que la cosa había comenzado con una batalla, cosa política. Y bien sabíamos y lo teníamos en cuenta. Pero aun entonces era para la gran mayoría una cuestión religiosa. Había con nosotros gente no creyente pero emocionada. Un día así unos y otros, creyentes y otros no creyentes, compartíamos como hermanos naturales. Por eso espero que la oración de los creyentes susurre estos días como el agua para quedarse a los pies de la Santina en el silencio de su universal protección incomparable.
Los tiempos han cambiado. La mayoría ya no mezcla religión y política. Y no pasa nada. Mejor. Por ello ahora cuando escribo no solo escribo sino celebro. Que Covadonga, sin complicaciones ni conflictos, una nuestros lazos familiares. Sin tapar las diferencias, pues ya vendrán días para las controversias. Pero ahora son días para sentir y experimentar lo que somos, lo que es y puede ser Asturias, creyente o no ceryente. Y esto a una lo desearán la mayoría que acuda a Covadonga estos días. Por algo me conmueve y me emociona sentirme tan cercano a esa Asturias estos días en Covadonga tan enamorada.
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