La verdad es el camino
En estas páginas y en las de otros periódicos... sabios, filósofos, humanistas, intelectuales y poetas de todo pelo, incluso calvos como yo, han distraído y animado el cotarro en cualquier época, pero sobresalientemente, algunos han abierto caminos con cierta expectativa. Cuánto más necesario en el triste y desmadrado presente en el que se ahogan las esperanzas del más pintado, y no hablo solo de los violentos y descarnados acontecimientos del presente, sino del acomodo de una sociedad ante todo tipo de abuso. Por eso, que no desfallezcan ahora los genios valientes, capaces de señalar la verdad que escuece pero cura, ahora que bien los necesita esta parte de la sociedad vaciada por dentro y tatuada por fuera.
Da pena ver cómo arrastra a gran parte de la gente esa telebasura, ese desprecio por lo noble y decente; sí, por lo decente, ya sé que huele a naftalina, pero ¿a qué huele la alcahuetería, el chismorreo, la calumnia, el despelote o la superficialidad toda? Con eso no saldremos adelante, sino que estamos retrocediendo en lo que de verdad importa: la calidad humana. A los pensadores actuales les pediría más compromiso, porque sin avisos para escapar, nos aplastará toda la basura del sistema. Ya sé lo que conlleva, nadie puede gustar a todo el mundo, y menos quien dice la verdad.
A pesar de que hemos vivido épocas terribles en cualquier sentido, siempre había un amanecer brillando en el horizonte. Tras la guerra civil, y con la que se preparó ahí afuera en el mundo mundial, algunos fueron refugiados más allá de las fronteras, para otros vino la posguerra con camisa blanca y cartilla de racionamiento. Ya con más visos de futuro llegó trabajo, todo el que pudieses acaparar, y a continuación, la ilusión se asomó en los años 60 con la alegre música de las películas, el ambiente inocente y festivo de los guateques, las verbenas, las fiestas familiares; aquellos jóvenes vestidos de domingo, con corbata y sonrisa, aquellas jóvenes que asomaban sus rodillas entre las puntillas del can-can y alzaban los ojos de la española, anunciando sin necesidad de artificio alguno, eso: una esperanza.
El hoy se ha puesto negro. No parece haber sabios, ni filósofos, ni teólogos, ni políticos, ni jueces, ni banqueros, ni periodistas, ni revolvedores, ni consentidores, ni animal humano alguno que pueda desvelar el oscurecido horizonte que muchos de ellos mismos han tramado en su ignorancia, hipocresía, falacia, egoísmo, orgullo, codicia, manipulación, irresponsabilidad y cobardía. Se está quedando sin horizonte no solo la música, la juventud y la familia, sino lo que puede sostenerla. La guerra que mata los valores nos está cercando. "Todo es arma y todo guerra, de suerte que la vida del hombre no es otra que una milicia sobre la haz de la tierra" (Gracián).
Los sabios de hace 500 años señalan verdades que lo son más en nuestros días, claro que... lo divertido no es la verdad, como dijo Manuel Vicent entre otros: "El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla", y quizá por eso tantos lo pasan pipa entre los fabuladores de este mundo, lejos de su responsabilidad personal. Es el momento de la verdad: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Juan 8:32; 17:3,17)). Libres del dominio humano, y sus mejor o peor intencionados laberintos que acaban en trampa, es el camino libre al futuro: "Venga a nosotros tu reino (gobierno) y hágase tu voluntad en la tierra". Esa es una esperanza que merece la pena. ¿Qué hay que hacer? Abrir las Sagradas Escrituras, conocer allí el camino y andarlo. Al menos para la mayoría supuestamente cristiana en España que supuestamente cree en Dios.
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