Ser un paraíso
El pasado 8 de septiembre nos concedió a los asturianos una ocasión única para preguntarnos: "Quo vadis?". Llegados a 2023 tras décadas de una tortuosa reconversión, el eslogan "Paraíso natural" ondea en el horizonte mientras las cifras de turistas aumentan cada año, y se espera que la tendencia se acreciente con el AVE. Sin embargo, ¿qué paraíso somos? O, más bien, ¿qué paraíso estamos interpretando? El pasado 31 de agosto, este medio dio a conocer a doble página la opinión de varios turistas al respecto. Se la resumo en cuatro conceptos: paisajes, mal tiempo, cachopo, sidra. Lo del mal tiempo es especialmente llamativo: muchos turistas insisten en que llueve mucho, pero que compensa porque en verano hace fresco. Esto es falso: hace 40 años en Asturias había un "orbayu" más o menos constante y en verano hacía fresco, no más de veinte grados. El calor húmedo de los últimos veranos es asfixiante.
¿Por qué se mantiene, entonces, esta afirmación? Simple: por los estereotipos que arrastramos, ya que reducir nuestra potente gastronomía al cachopo es a todas luces un insulto. E, ironías de la vida, esos mismos estereotipos dictan que, tras este comentario, cualquier asturiano de bien debería indignarse, pues buena parte de la población ha asumido esas ideas. Busquen las páginas de memes y "humor asturiano" más populares en redes sociales, dirigidas hacia un público asturiano, y vean cómo la mitad de los chistes versan sobre un supuesto culto al cachopo. "El bebé pide cachopu. ¡Ye asturianu!"; "Procesión del cachopo para Semana Santa"; "El origen de la lluvia es porque los asturianos no le dieron a Dios la receta del cachopo", etcétera. Habrá a quien esto le parezca una simple anécdota, pero cosas como estas llevan a que en algún medio ya hayan bautizado a Asturias como "la región del cachopo" a secas. Leyendo en otro diario el testimonio de asturianos en la diáspora, ellos mismos dicen que al menos volverán en verano "a tomar sidra y cachopo".
Pues bien: al igual que el cachopo empequeñece nuestra gastronomía, induciendo, además, a pensar que esta se basa en la abundancia y en engullir sin parar, toda esta visión que transmitimos empequeñece lo que somos. Porque Asturias no es solo un paraíso natural o gastronómico donde hay mucho verde, se come muy bien y muy abundante, que espera como agua de mayo los aplausos de los turistas en la prensa para ganar autoestima. Asturias ha de ser, necesariamente, un paraíso cultural que fomente también otro tipo de turismo. Y un paraíso cultural no permite que se derrumben sus hórreos; no permite que palacios que datan de varios siglos permanezcan cerrados y rozando la ruina; no deja pasar la oportunidad de abrir nuevos museos centrados en nuestra literatura y nuestra historia, de dar a conocer conjuntos históricos de inmensa belleza que cuentan con muy pocos visitantes para lo que representan, de que su propio pueblo conozca su cultura. Y, sobre todo, el presidente de un paraíso cultural no claudica cada 8 de septiembre ante un mitin ultraconservador en Covadonga, al que puede asistir como ciudadano particular pero no como máximo representante de una comunidad autónoma.
Ahora es el momento de reescribir esas líneas con las que nos describen los turistas. Vuelta la burra al trigo: paisajes, mal tiempo, sidra, cachopo... Pero ahora complétenla ustedes con todo lo que somos. Y con todo lo que podemos llegar a ser.
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