Las preocupaciones de los ángeles
“Hoy quizá deba hablar de cosas más sencillas, pero más preocupantes para mí: del silencio de unos o la crítica de otros al Papa Francisco en la misma Iglesia. Me escandaliza” ( (“Preocupación”, Ceferino Suárez de los Ángeles, LA NUEVA ESPAÑA del 8 de septiembre). Nada más congruente y edificante que el que un sacerdote se duela de las críticas dirigidas al Santo Padre, ¿pero dónde estaba Ceferino cuando el Papa Benedicto era escarnecido de forma inmisericorde y unánime por los progres cristianos, paganos y mediopensionistas? Estaba callado como un muerto (a no ser que uno esté muy mal informado, cosa verosímil).
¿Acaso Benedicto era menos Papa que Francisco? ¿O lo que realmente le duele a De los Ángeles es que se critiquen pronunciamientos del Papa en cuestiones sociales y medioambientales? Cuestiones, al fin y al cabo, temporales y, por tanto, discutibles y opinables por cristianos y paganos, por tirios y troyanos.
En el ámbito explícitamente político, De los Ángeles expresa opciones y preocupaciones perfectamente legítimas, pero de hombre de partido, que no necesitan cubrirse con el prestigioso manto de la teología y de la caridad. En esta sección se manifiesta reiteradamente contra “las críticas al socialismo” y, sobre todo, contra “las críticas a Sánchez” (que debe de ser para él otro Santo Padre). Ninguna reserva, en cambio, contra las críticas a la derecha y a sus dirigentes. De donde se podría inferir que ese sector no es criticado o que las críticas que recibe son, en opinión de S. de los Ángeles, justificadas y bienvenidas.
Rita Barberá fue escarnecida literalmente hasta la muerte, y Díaz Ayuso vilipendiada sin tregua por tierra, mar y aire desde todos los frentes de izquierda. Los sensores de solidaridad de Ceferino no solo no se activaron, sino que contribuyó a la lapidación general con aquel “Isabelita Malasaña”, que “no me gusta ni un pelo”. Pues resulta, señor, que a millones de españoles no nos gusta ni un pelo tu admirado P. Sánchez, ese gañán del gran poder que tiene sometida a la Constitución a una tensión que, por analogía, recuerda inquietantemente a la violencia de género.
No estaría de más discutir sobre el concepto de progreso que, al parecer, puede consistir en que el reglamento del Congreso se reforme exprés para que sus señorías se expresen en eusquera, en catalán y en gallego, con intérpretes, mientras en Cataluña a los niños hispanoparlantes se les impide que hablen castellano entre ellos hasta en los recreos.
Sé que al expresarme con esta franqueza me gano la ojeriza y, en el mejor de los casos, la reticencia de la clerecía; de unos porque son progres, de los otros porque no se caracterizan precisamente por su intrepidez. Ahí me las den todas.
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