Breviario para una insurrección de charcuteras.
Uno no se da cuenta hasta qué punto los escaparatistas son el mal hasta que habla con una charcutera. Las piezas ligeras, cerca. Las piezas pesadas, lejos. Las piezas que se venden, cerca. Las que se venden menos, lejos. ¿Qué más da, si sus cuerpos son materia prima con tendones? Que se estiren, que si cuesta o duele elevar una pieza de jamón cocido sin sal más le cuesta a la empresa que no se vea bien y se quede sin vender, y más le cuesta a la industria agroalimentaria meter esa pasta rosa chunga en moldes más pequeños. ¿Qué es una charcutera frente a un consejo de administración? Unha regordeta parrochía frente a un escuadrón de robalizas. Ou mellor, un choricín baby frente a un concilio de porcos traxeados.
Propongo, ante esta situación, varias medidas: primero, el destierro inmediato de toda persona, aviesa, dedicada al escaparatismo, así como el cierre de sus escuelas de brujería sociopática. Segundo, el plante de todas las charcuteras de Occidente ("Occidente", palabro desfasado, es todo lugar en que hay supermercados), quienes desde ya han de negarse a manipular piezas a las que no llegan o con las que no pueden. Tercero y último, como ciudadanía debemos renunciar a la prisa e instar a nuestras charcuteras a que salgan a coger las piezas desde el lado de fuera del mostrador.
Conmino, para terminar, a otros colectivos tales como las pescaderas, las carniceras o los empleados de mantenimiento de molinos eólicos y otros incómodos cubículos de alto rendimiento a sumarse a estas propuestas de insumisión colectiva emancipatoria, y a la erradicación del escaparatismo. De otro modo, lo pagaremos también colectivamente, primero en gasto social y sanitario (ya que el gasto parece ser el lenguaje universal de la argumentación, lo esgrimo) y ulteriormente en el tan anunciado y evidente colapso inminente.
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