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Sobre el «laicismo y anticlericalismo radical»

13 de Diciembre del 2010 - Julio García García (Oviedo)

Las reacciones que desde los ámbitos de la izquierda se vienen haciendo respecto a las declaraciones de Su Santidad el Papa en relación con el «anticlericalismo y el laicismo radical» nos parecen absolutamente improcedentes y cínicas.

Lo que el Papa ha declarado sobre la situación religiosa en España tanto en los años treinta como en la actualidad es rigurosamente exacto.

No se puede negar que entre 1931 y 1939 la Iglesia católica fue objeto de una extrema persecución, tanto desde la legislación como por la violencia, manifestada en asaltos y quemas de templos, asesinatos de sacerdotes y religiosos, profanaciones de todas clases, propaganda, etcétera. La razón de esta persecución era consecuencia de las doctrinas marxistas y anarquistas, que consideraban a la Iglesia católica como su mayor enemigo, a la que era preciso exterminar.

La situación actual de la Iglesia es, sin duda, distinta, pues ha variado las condiciones económicas, sociales, culturales e ideológicas.

Es cierto que la Iglesia tiene libertad para desarrollar su misión evangelizadora, tanto en los templos como en la enseñanza como en los medios de difusión.

Pero no es menos cierto que a través de la legislación y de la propaganda, especialmente desde la televisión, la radio y la prensa, los gobiernos socialistas están haciendo o fomentando una labor demoledora de todo lo que, fundamentalmente, constituye la doctrina de la Iglesia y, de modo especial, de la que se refiere a la moral sexual, el matrimonio y la vida de los engendrados.

Este llamado «laicismo y anticlericalismo radical» ha conseguido unos efectos demoledores para el modo de entender y vivir la vida que la Iglesia católica preconiza, efectos que pueden observarse claramente en la gran mayoría de los jóvenes.

Todo esto es evidente, y las palabras del Papa no hacen más que acusar una realidad, como es su deber. No están hechas con ninguna intencionalidad directamente política, en el sentido partitocrático, sino como una llamada a la conciencia de los católicos sobre una realidad que estamos llamados a corregir, por el bien de todos.

No es admisible que un ministro declare que «la Iglesia haría mejor en preocuparse de por qué tiene cada vez menos seguidores», como si el Gobierno no fuera uno de los culpables de ese apartamiento de la Iglesia, y ese apartamiento es lo que está preocupando al Papa. Es igualmente cínico que otro diga que en los años treinta «no estaba la Iglesia en su mejor momento», claro que no, pues empezó una violenta y sectaria persecución a partir de la proclamación de la República.

Estas reacciones de la izquierda contra las declaraciones del Papa producen la impresión de que lo que quieren es que el Papa aplauda sin rechistar una acción gubernativa destructiva de lo que la Iglesia significa.

La cuestión de fondo es clara: el Partido Socialista y la izquierda española en general tienen una concepción del mundo, del hombre y de la vida de raíces materialistas y totalmente opuestas a la cosmovisión de la Iglesia católica.

Que actúen como lo están haciendo se explica, pero lo que no se comprende es que pretenden que la Iglesia asienta, se calle y no reaccione contra la actuación de los gobiernos socialistas.

Julio García García

Oviedo

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