¿Es cuestión de pinganillos el problema de España?
En verdad, evidenciándose antes de formarse el nuevo Gobierno tan graves problemas, como son una amnistía para unos delincuentes y la propuesta de la independencia de algunas autonomías, amén de la economía, es inconcebible que el primer tema que se presenta en el Parlamento, auspiciada por la misma presidenta, sea unos pinganillos, para que esas autonomías que quieren independizarse puedan hablar en su propio idioma. Pues si esperan, en breve, tener su nacionalidad, para qué molestar montando ahora tan ridículo embrollo. ¿O es que creen que todas esas modificaciones del Parlamento son para abrumar, porque saben que no van a llevar a cabo tales independencias?
Ciertamente, la diversidad de lenguas es testimonio de las enemistades de los pueblos, y, como aparece en la Biblia, es la maldición de Yahvé. Ha sido mecanismo para la diversidad de pueblos, y en España se ha propuesto, en estos tiempos, como dispositivo de lucha para diferenciarse. Claro que el problema de la lengua es muy antiguo, pues ya en el Génesis (cap. 11) encontramos el caso de la Torre de Babel, para mostrar el ingrediente que ha evidenciado las diferencias y enfrentamientos entre los países. Donde se nos dice: que antes había una unidad entre los pueblos, «todos hablaban la misma lengua y con las mismas palabras». Pero un día se dijeron los hombres: «Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre». Se mostró así la soberbia con que actuaban los hombres, por lo que dijo el Señor: «Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que nadie entienda la lengua del prójimo». Desde ese momento se dio la discordia entre los pueblos, y ese fenómeno «se llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por toda la tierra». Así describe la Biblia cómo la unidad de los hombres se desperdigó por la soberbia del hombre, y fruto de su arrogancia fue la multiplicidad de lenguas y los enfrentamientos.
Así que, desde antiguo, viene determinado que la diversidad de lenguas marca el enfrentamiento de los pueblos, y la raíz de esta actitud viene fijada por la arrogancia de las personas, que han dicho con su soberbia: construyamos nuestra ciudad exenta y una torre que nos lleve a la independencia, porque no estamos dispuestos a compartir con los demás la riqueza de lo que laboramos. La soberbia y el egoísmo de las personas marcan este talante independentista. No pueden compartir con los demás los bienes de la sociedad, los quieren para ellos solos.
España ha estado siempre dotada de una pluralidad de lenguas y diversidad de culturas, lo cual no ha sido problema en toda la historia para considerarse una unidad. Todos dominan con sus características el español, aunque en sus regiones hablan otro idioma. Cuando se encuentran saben entenderse en español, que no es de una región, sino patrimonio de todo, y así lo reconoce la Constitución en el artículo 3: «El castellano es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos».
Y en cuanto al Gobierno, para qué necesita la traducción de lo que dice un orador, si nunca contesta a las preguntas y los razonamientos que se le hacen
Pero el desequilibrio que ha causado la política sanchista ha despertado, con gran fuerza, la afición de las regiones a diferenciarse, y así andan con unos proyectos desastrosos para estos territorios, y aun llegan a un hecho de enorme gravedad, que el Congreso se convierta en una torre de babel, introduciendo las lenguas oficiales de algunas comunidades autónomas, saltándose el reglamento, y solo porque es una exigencia del fugado Puigdemont para investir a Pedro Sánchez.
Y todo esto, ¿qué sentido tiene? Ninguno. Todos los parlamentarios entienden español y se expresan en esta lengua. Probablemente no se van a usar los pinganillos, más que por curiosidad. Porque por buena que sea la traducción (desde antiguo se dice: traductor, traditor), la locución traducida no será tan perfecta como la percibida directamente del discurso de la persona que expone, por lo que sobra el pinganillo. Y en cuanto al Gobierno, para qué necesita la traducción de lo que dice un orador, si nunca contesta a las preguntas y los razonamientos que se le hacen, sino que sale, en el mejor de los casos, por los cerros de Úbeda, y, normalmente, insultando o acusando el oponente.
Además, el uso de esa poliglosia en el Parlamento va directamente contra la igualdad, que tanto predica este Gobierno, aun con un Ministerio con este nombre. Pues ese deseo de propagar la diferenciación de unas regiones es para singularizarse con rasgos racistas unos territorios de otros. Se cierran en su propia historia, como un pueblo especial, significando que su raza es diferente. Sobre todo, está hecho todo ello para destacar la etnia de la nación vasca, catalana y gallega, con la afirmación de que existen como naciones con una historia exclusiva y con un derecho a tener Estado.
Para estas regiones, la lengua propia ha sido indicativa de un linaje diferente. Tanto los catalanes como los vascos han montado su autonomía sobre la lengua y rasgos étnicos, con lo que quieren probar una historia específica, aunque lo afirman ilusoriamente, pues la realidad es otra, solo para sostener el derecho a tener un Estado.
En verdad, cuando España tiene tantos y enormes problemas, tenemos un Parlamento que lo que le preocupa es dar cauce a las exigencias de regionalistas que denotan tintes racistas, de diferenciación del resto de los españoles, cuando durante tantos siglos no se había hecho problema de ello. ¡Dónde está la igualdad que se encomia!
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