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Una Navidad de solidaridad

15 de Diciembre del 2010 - Pedro Bengoechea Garín

A tantas cosas se refiere la Navidad que es imposible encontrar una expresión que aglutine a todas ellas. Celebrar la Navidad entraña siempre gozo por el misterio que recordamos, pero esta vez con la circunstancia añadida, como nunca antes sucedió, de la angustia y estrecheces que muchos hoy están padeciendo. Más que a la algarabía y derroche, la Navidad ha sido siempre y para todos una llamada a la humildad, la austeridad o pobreza y la solidaridad. Mas, no es solidario todo lo que reluce. Se habla de «blandosolidaridad», que no es otro que un puro ejercicio de sentimentalismo, el espectáculo televisivo que comercia con el dolor del que sufre y la aceptación culpable del televidente. Tampoco es solidaridad el saber moverse a largas distancias del altruismo que no duele ni moviliza. Menos aún lo es la realizada desde el sillón del salón donde se conforma uno con hacer zapping solidario. Ni tan siquiera lo sería el sólo dar dinero. Exige un plus de donación personal. Estar siempre y cada día despiertos, con ojos abiertos, oídos atentos y con el corazón dispuesto para socorrer allá donde se halla un pobre necesitado.

La verdadera solidaridad tiene sus propias exigencias: el disponer en lo cotidiano de hábitos de consumo necesarios y responsables; contar con un panorama laboral y profesional justo para cada uno; eliminar todo aquello que suponga un despilfarro o gasto superfluo; el mejoramiento de la economía doméstica con el consiguiente ahorro, etcétera. Entendido así la solidaridad, estamos en condiciones de entender lo solidario que Dios lo fue con el hombre necesitado de su amor y vida. Hasta el extremo de que Él tomó nuestra naturaleza humana en el seno virginal de María, nació en Belén y permaneció durante su vida en constante actitud de servicio. Esto sí es solidaridad.

Subtítulo: Unas fiestas marcadas por las estrecheces derivadas de la crisis

Por lo tanto, la Navidad no puede ser sino un tiempo de solidaridad y no otra cosa. Por la Navidad nos solemos sentir más inclinados a ejercitar la solidaridad con todo aquel que le falta lo que a nosotros a menudo nos sobra: la comida para el sustento, el abrigo para cubrirse del frío, el consuelo para sentirse reconfortado, el consejo para seguir el buen camino, una afectuosa compañía para evitar la soledad o una sonrisa en nuestro rostro semidibujada para hacer a uno más feliz. Lo urgente y necesario es que esta actitud permanezca efectiva en todos los días del año para cualquiera que acuda a nosotros, contribuyendo, por nuestra parte, con aquello que incluso se necesita, haciendo así del futuro una continuidad ininterrumpida del tiempo navideño. ¡Felices fiestas!

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