¿El auge del "Homo stultus"?
Es innegable e indiscutible que la tecnología se ha convertido en un aliado en nuestra vida cotidiana, tanto para tareas sencillas (como tener la tarjeta de crédito digital al alcance de la mano para realizar compras) como más "complejas" (por ejemplo, presentar una solicitud administrativa sin tener que desplazarse de un punto a otro en busca de información). Todo está en la red, y es muy probable que las futuras generaciones nazcan con identidad digital, sin ser necesario que tengan documentación física.
Pienso que el progreso debe ser continuo y constante, aunque con precaución. Hoy por hoy me resultan preocupantes varios aspectos, como los problemas de atención y comprensión en las aulas (que, según estudios científicos, repuntan considerablemente debido a la excesivo uso de pantallas en menores a edad muy temprana; de hecho, en países como Suecia ya han vuelto a los libros de texto como consecuencia de esta información alarmante) y la falta de resolución de conflictos. La doctora Marian Rojas (a la que recomiendo que lean y sigan en redes sociales por sus brillantes estudios sobre la mente humana) asegura que las pantallas sobreestimulan en luz, sonido y movimiento a niños muy pequeños (dense cuenta de que lo que se visualiza en pantallas es una constante exposición de estos tres elementos a un ritmo vertiginoso y demasiado excesivos y complejos para el cerebro de un bebé, que necesita desarrollar esas habilidades de forma gradual) y que este efecto repercute en su capacidad de atención. Asimismo, la doctora Rojas sostiene que, si se recurre a los dispositivos tecnológicos para calmar el estado de ánimo de un niño (por ejemplo, la tristeza o el aburrimiento), no contribuimos a su correcta regulación emocional, lo que provoca que su corteza prefrontal (es decir, el área del cerebro que se encarga de la gestión emocional y la resolución de problemas) sea inmadura y no sea capaz, posteriormente, de solucionar cualquier obstáculo que se le pueda presentar a lo largo de su vida. Estas ideas merecen una seria reflexión por parte de todas las personas que nos dedicamos al sector de la educación.
En los pocos años que llevo de experiencia docente he visto situaciones de alumnos (soy consciente de que muy probablemente me queden por vivir muchas más de este estilo) que pedían ayuda para un problema tan sencillo como qué hacer si han faltado a clase, no saben qué tareas se han mandado y han tenido problemas con la conexión a internet. Algo que generaciones como la mía o anteriores (que no nacieron con los dispositivos digitales bajo el brazo, pero que, pese a crecer de forma simultánea con la tecnología, vivieron muchas situaciones que requerían capacidad resolutiva) verían sencillo de solventar para las actuales es un enorme problema que no saben cómo afrontar.
En mi caso, como profesora de Lengua Castellana y Literatura, otro detalle que me sorprende es la dificultad que muchos alumnos presentan para, por ejemplo, escribir correos electrónicos (donde utilizan el asunto para elaborar el cuerpo del texto) o cartas formales (en las que no saben cómo empezar); así como el nivel de comprensión lectora, que se puede ver reflejado, sin ir más lejos, en las preguntas de los exámenes cuando se pide información precisa (por ejemplo, si se pide redactar una respuesta, la elaboración de un párrafo con sus respectivos mecanismos de cohesión brilla por su ausencia). Recuerdo con tristeza mi época de estudiante, donde se incidía en la importancia de saber estructurar una carta (formal o informal) y de elaborar una respuesta redactada mediante párrafos que fuesen coherentes y estuviesen bien cohesionados, y veo que ha habido una gran involución. En mi opinión, esto se debe al descontrol tecnológico y a la falta de práctica de lectoescritura que está habiendo desde edades muy tempranas.
Por otro lado, ante este retroceso y el repunte de casos con dificultades de aprendizaje y gestión emocional, no puedo evitar preguntarme si, con esta constante actualización de las nuevas tecnologías, estaremos sacrificando la evolución mental de los seres humanos; y si, por consiguiente, estaremos ante una nueva especie humana que, desde mi punto de vista, no es digna de suceder al "Homo sapiens sapiens": el "Homo stultus" (que, literalmente, significa "hombre estúpido" en latín).
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