A mi amigo Juan
Cerca de un pequeño supermercado de barrio está Juan, con su inseparable perrita (ya mayor, la pobre), que siempre está acurrucada y dormida a su lado encima de un pequeño e improvisado aposento mullido. Nos saludamos cuando coincidimos, y, si podemos, nos ayudamos mutuamente; yo le entrego alguna moneda y él, con mucho respeto, me lo agradece y me regala su conversación; tan válida e interesante como la de cualquier persona sensible. Lo considero un amigo más, por la dignidad con la que lleva su arriesgada condición de mendigo.
Sobrevivir a esta situación (socialmente extrema) permite descubrir que, en el fondo, el ser humano sabe mirar al cielo y ver cómo brillan las estrellas con su propia luz.
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