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Crisis de valores

16 de Diciembre del 2010 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

Me viene a la mente este pensamiento precisamente en el tiempo en el que los creyentes en Jesús de Nazareth nos disponemos un año más a celebrar el aniversario de su nacimiento.

Siempre que he leído el libro sagrado de la Biblia me ha llamado la atención el modo de ser y el comportamiento del Dios de los judíos. El Todopoderoso, el creador del universo, el de los diez mandamientos, el juez de vivos y muertos, el que, cuando le preguntaron por su nombre respondió: «Yo soy el que soy». En definitiva, un Dios misterioso y en cierto modo alejado de sus criaturas. De todos modos, El nunca dejó de comunicarse con el hombre a través de los profetas para que mantuviese la esperanza de un Mesías que le indicase el camino que le condujese a la Jerusalén celestial.

Pues bien, ese Dios, un tanto lejano, ha dado un paso importantísimo en la Historia. Se ha humanizado y acercado al hombre, transformándose El mismo en un ser humano en la persona de su hijo Jesús, cosa que ningún otro había hecho hasta aquel momento. El mensaje que este niño de Belén, ya de mayor, nos ha transmitido no tiene parangón con los hasta entonces conocidos. Su palabra y sus ejemplos, desde que nace hasta que muere en la cruz y una vez resucitado jamás podrán ser sustituidos o mejorados. ¿Habrá mayor revelación que decirnos que no sólo somos simples criaturas, sino también sus hijos, que acabaremos un día viviendo con El donde ya no habrá dolor ni lágrimas? Pero cuidado, El habló también de que todos somos hermanos, cosa que yo no había oído a nadie, y por tanto no sólo tenemos que llevarnos bien, sino ayudarnos unos a otros. Este padre no puede sentirse a gusto cuando observa que unos tienen de todo y otros no tienen nada. Tenemos que mirar a tantos ancianos, enfermos, deprimidos, emigrantes o personas sin trabajo que nada tienen que llevar a la boca no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo. Si no miramos para ellos y los atendemos estamos cometiendo aquello que ya desde hace mucho tiempo venimos llamando pecado. Si Dios se ha convertido acercándose a nosotros, nos está invitando a que nosotros hagamos lo mismo acercándonos por todos los medios a nuestro prójimo. Este no sería un mal propósito para empezar el próximo año.

¿Por qué ese interés, por parte de algunos, de quitar los belenes y los crucifijos, que no son otra cosa que signos del amor de un Dios convertido, dispuesto a cambiar el mundo para bien de la Humanidad? En cambio, estamos abriendo la puerta de par en par a otros dioses que transmiten mensajes vagos e incoherentes, que son autoritarios y dictadores, que no creen en la voz del pueblo, que no prestan ningún servicio a la Humanidad, que más que la paz y la unión buscan la división y la guerra. En definitiva, dioses que aún no se han convertido y humanizado y que de momento no están por esa labor.

Estamos viviendo una tremenda crisis de valores, social y económica, y todo esto ocurre porque el reino de paz y de amor anunciado por Jesús se resiste a llegar. Para ello es necesaria nuestra colaboración. No se me ocurre otra cosa para terminar este escrito que hacerle un ruego a ese niño de Belén en esta Navidad empleando las primeras palabras de una bonita canción religiosa: «Ven, ven Señor no tardes, ven, ven que te esperamos».

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