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La justicia y la gratitud

3 de Marzo del 2009 - José Álvarez Domínguez (Oviedo)

«Unicuique suum», así sintetizaban los clásicos del derecho la sustancia de la justicia: a cada uno, darle lo que se le debe, es decir, lo suyo.

Después de tantos años ejerciendo como juez y administrando justicia entre los ciudadanos, me vino velozmente a la memoria ese principio elemental de la justicia a la hora de despedir a una persona tan querida para mí y para decenas de miles de asturianos: monseñor don Carlos Osoro Sierra. Siempre recordaremos, como ciudadanos y como cristianos, los siete años de su pontificado en Asturias y, sobre todo, su persona, tan afable y paciente.

Recordar no es un simple acto mecánico de la memoria; es, sobre todo, un ejercicio del corazón; recordar viene de «cor, cordis»: «corazón». Y del corazón brota el agradecimiento por el inmenso y generosísimo trabajo pastoral desarrollado por don Carlos como arzobispo de Oviedo.

Un viejo refrán castellano, que hoy desgraciadamente se ignora bastante, expresa de una manera castiza el bello sentimiento del agradecimiento: «Es de bien nacidos ser agradecidos». Y pienso que somos muchísimos los bien nacidos que, por un elemental deber de justicia, quisiéramos hacer público nuestro reconocido agradecimiento. Y, como hombre de derecho, deseo que quede bien claro que lo que quiero expresar en este breve artículo no son loas formalistas, sino expresión de un elemental sentido de la justicia que anida en el interior de cualquier asturiano de bien –y los asturianos somos conocidos en el mundo entero como hombres de gran corazón.

Los cristianos de esta tierra hemos sido testigos de su infatigable quehacer al servicio de la Iglesia en Asturias: de los ricos y de los pobres, de los jóvenes y de los mayores, de los que le quieren y de los que no le quieren, de todos: para todos una mano tendida y una mirada de paz. Desde el primer día se entregó con pasión a ejercer su ministerio episcopal, con la libertad de su conciencia ante Dios, sin dejarse usurpar ni un momento los deberes de su ministerio de obispo. Se pateó Asturias de arriba abajo: lo mismo celebraba un pontificial en la Catedral que una misa dominical en una pequeña parroquia de las montañas con un solo asistente. Se ha entrevistado con miles de asturianos, que han podido ver a su obispo en carne mortal, y ha escuchado con paciencia los problemas que le planteábamos. Unas veces nos los ha resuelto, otras no ha podido, pero siempre ha estado cerca de nosotros, porque sabemos que está cerca de Dios en su oración. Dios se lo pague.

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