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El mayor dolor solo puede experimentarlo el mayor amor

3 de Noviembre del 2023 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Y así ocurre en todos los órdenes. La mayor estupidez solo puede cometerla la mayor inteligencia. Y resulta que no es ya que el hombre sea el más inteligente, según, es el único. Así que imagínense.

Dice el dicho: Los árboles no dejan ver el bosque.

Hay quien califica de absurda tal afirmación.

Yo diría, no, rotundamente, por evidente, digo: depende de la configuración del bosque.

Si los árboles más altos y frondosos son los más próximos al espectador, pues claro que no dejan verlo. Pero si, por el contrario, crecen a medida que se alejan del espectador, este hasta podría contarlos. De cajón, ¿no?

Bueno, pues fíjense. Al hombre, la Biblia en verso creada a imagen y semejanza de Dios, el Dios que él mismo se inventó, resulta que le basta un solo ejemplar, él mismo, para no ver el resto de ocho mil millones que componen su bosque, su especie. ¿Algo más absurdo? Claro que no, porque ¿alguien más inteligente que el hombre? Pues eso.

Tengo que repetirme, pero es que no encuentro un ejemplo más ilustrativo. La viejita, junto a la cual se sentó mi mujer a esperarme para entrar a votar en las últimas elecciones. “Tiene que votar por estos, que son los que nos dan todo”.

Evidentemente que la viejita no estaba considerando lo que les daban a todos, sino lo que le daban a ella. Solo se veía a ella.

También me quedó en la memoria el último barbero al que fui, yo creo que hace más de un año, era sudamericano. Me decía que el Gobierno de Sánchez era una maravilla, porque, viéndose a él, claro, había dado papeles a todos.

Para qué más ejemplos. Primero yo, después yo y a continuación yo. ¿Y todo esto por qué?

Porque, claro, los trepadores, sobre todo, son los que trepan. De manera que ellos, arriba, de una u otra forma gobernando a los demás.

Alguno de estos demás puede considerar que todos podríamos estar bien si todos quisiéramos estar bien, ¡pero! Ahí arriba están Sánchez y los de su condición, claros exponentes de la esencia de esta especie.

Al individuo humano, en general, y muy en particular a los de la ralea de Sánchez, les importa un coño el bosque, los ocho mil millones que lo conforman, ni siquiera lo ven, los ven. No pueden verlo. Porque, en primera línea, está, están él y sus correligionarios, que tiene que ser, que son, los más más. Los demás, puxarra necesaria para mantenerle, mantenerlos, a él, a ellos, solazándose bien erguidos y lustrosos.

Y quién arregla esto. De bolas, el mismo que lo escoñetó, no hay otro. ¡Pero claro!

Si cuando Robert Mausdley (personaje real en el que se inspiró el Hannibal Lecter de la peli) viene a por ti y te tiene a su merced, todo lo que se te ocurre es algo así como “Papi, porfa, no me hagas pupa, que yo soy buenín y no quiero hacértela a ti”.

Vas jodidín, mi Feijóo estimadín.

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