Los parados no son una operación matemática
Cada día, cada instante, nos vemos sorprendidos por un torbellino de noticias ingratas y desoladoras que giran en torno a la crisis económica, de la que nadie parece ser responsable, que está arrasando con todo lo que se encuentra por delante y que nos hace sentir a los ciudadanos de a pie impotentes ante la magnitud de los problemas por ella desencadenados. Uno de ellos, el paro, es al que hoy quiero dedicar mi escrito en esta importante tribuna que LA NUEVA ESPAÑA nos concede a sus lectores.
Según los entendidos, son ya casi cinco millones los parados oficialmente reconocidos, una cifra vertiginosa que demasiado a menudo vemos cómo es manoseada, manipulada y utilizada como un pimpampum, fuego entre políticos y sindicalistas sin escrúpulos, y los enteradillos varios en economía, para conseguir que el problema llegue a perder su trágico y verdadero significado. Y por muchas innobles estrategias que utilicen para enmascarar la más amarga de las realidades, el huracán desatado por las consecuencias de ello terminará llevándoselos a todos por delante.
Los parados no son una operación matemática, ni una cifra millonaria, ni un número escandaloso. Los parados son, uno por uno, vidas desprovistas de la posibilidad de realizarse como profesionales, vidas que a la vez que han perdido su trabajo han visto como también lo hacían su dignidad y autoestima.
Seres humanos que se desvelan y desviven por intentar superar el presente y no caer en el negro pozo de un futuro aún más incierto. Seres humanos que muchos de ellos han perdido sus hogares a la vez que su trabajo, y que el primer asunto que deben resolver cada amanecer es el de la supervivencia.
Los parados son miles de jóvenes que se han hecho mayores sin haber tenido nunca la oportunidad de encontrar su primer empleo, jóvenes decepcionados con todo aquello que un día se les prometió alcanzar si lograban sacar adelante sus estudios básicos, diplomaturas, licenciaturas, doctorados, etcétera. Jóvenes cuya formación ha supuesto un gran sacrificio para la mayoría de los padres, y que ahora sólo ven recompensado su esfuerzo con más preocupaciones.
Los parados tienen nombre y apellidos, no son extraterrestres, son nuestros hijos, padres, compañeros, amigos, conocidos, o vecinos. Todos necesitan de nuestro apoyo y solidaridad, especialmente en estas fechas que se avecinan mucho más amargas, si cabe, para ellos.
Y, ¡ojo con los carroñeros!, que esperan impacientes para devorar las entrañas de los que han sido y serán víctimas de los depredadores. Ya lucen orondos.
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