Cuando las palabras no se adecuan a la realidad
«Había amanecido el cuarto día de los idus de diciembre del año después del inicio de la salvación bismilésimo décimo». La mañana se presentaba hosca y como dominada por oscuros nubarrones. En contraste, entre arpegios de la Schola Cantorum catedralicia y acordes armoniosos del órgano, la alegría de la celebración de una niña, coronada con la doble corona de la virginidad y del martirio, había irradiado portadora de gozos para las almas y los corazones de los enfervorecidos devotos, que así festejaban, bajo las egregias naves de la Sancta Ovetensis, a la Santa Patrona de la Archidiócesis Ovetense, a la Emeritense Eulalia o la bendita Olalla, que desde el año 1639, por decreto del Santo Padre Urbano VIII, venía celebrándose entre regocijos y populares algazaras como celestial abogada e intercesora del pueblo asturiano.
Uno tiene la sensación de que las palabras vayan a quedársele cortas y como menguadas, al pretender aplicarlas al acontecimiento gozoso, que, a seguido del solemnísimo acto catedralicio, para la Archidiócesis ovetense estaba a punto de llegar a metas ansiadas. En ese día, en efecto, por expresarlo con palabras de la solemne placa conmemorativa de la sobresaliente efeméride, «el Excmo. y Rvdmo. Sr. Don Fray Jesús Sanz Montes, de la Orden de los Hermanos Menores, Arzobispo de Oviedo, iba a presidir las celebraciones inaugurales del Archivo Histórico Diocesano, en su día canónicamente erigido, donde se halla contenida y celosamente custodiada la Memoria de la Iglesia Diocesana, procediendo a su ritual bendición, después de implorar la intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María».
Todo había dado comienzo en la fiesta litúrgica de Todos los Santos del año del Señor de 1979. Mediante solemnísimo decreto ereccional en día tan fausto para la Iglesia que, desde los apóstoles, peregrina en esta tierra, tan vinculada a las mismidades y radicales esencias del asturiano pueblo de Dios, bajo la égida y pastoral cayado del Pontífice y pastor de la Iglesia «que preside en el lugar y región de los romanos», en día tan digno de toda recordación, digo, el Excmo. y Rvdmo. Sr. Don Gabino Díaz Merchán, Arzobispo, a la sazón, de Oviedo, transmitía a todos sus diocesanos la grata noticia de haber creado y erigido el Archivo Histórico de Oviedo, como un bastión de salvaguardia para la conservación y mayor seguridad, a la vez que para favorecer las facilidades para el mejor acceso a la consulta de quienes buscaran en sus fondos archivísticos la profundización en la historia misma de la comunidad de creyentes o de quienes, desde prospectivas pastorales inherentes a su misma persona, intentaran acercarse a la radicalidad misma de sus antecedentes genealógicos y a la singularidad cristiana de sus biografías radicadas e imbricadas en esencialidades cristianas.
Pasaron los años, hasta acumular los treinta, y como si las cosas y las realidades materiales fueran susceptibles de expresar sus sentires con palabras, ya hace largo tiempo que las estrecheces y la inseguridad del reducido ámbito donde se contenían y custodiaban significados libros y legajos de documentos inapreciables para configurar investigaciones de Historia a plano más amplio o para la confección de pequeñas y bien amadas biografías personales de cristianos, venían alzando a los cielos un estentóreo clamor y como unánime y acordado grito de que documentación tan venerable y valiosísima, como la que en los anaqueles de sus armarios y estanterías han acumulado los reflujos de tantos siglos de Historia, custodiándolos como los más preciosos tesoros que posee la Iglesia de Oviedo, se hacían acreedores a un lugar y ámbito adecuados a la mismidad de sus intrínsecos valores.
Ahí, en ese instante que ha de fijarse ya a la distancia de casi dos años, fue el impulso vehemente y voluntarioso del Excmo. Y Rvdmo. Sr. Don Carlos Osoro Sierra, Arzobispo por el entonces de Oviedo y hoy promovido a la sede valentina, el que puso en marcha los engranajes por los que la Archidiócesis de Oviedo iba a ser dotada del más moderno Archivo, destinado a custodiar y ayudar a proyectarse a vivencias hondamente pastorales los fondos archivísticos de la Iglesia de Asturias. Bajo la experta y experimentada égida de los arquitectos Cosme Cuenca y Jorge Hevia Blanco se iniciaron las trazas que cuajarían en planos definitivos para llevar a total transformación espacios que, a duras penas, podían tener, en la planta baja del Palacio Arzobispal, otro calificativo que el de trasteras o de ámbitos muertos, donde con dificultad podía moverse cualquier persona, aun no sobrepasando una mediada estatura.
Subtítulo: La inauguración del moderno Archivo Histórico Diocesano
Destacado: Fueron casi providenciales los hallazgos arqueológicos que permitieron conectar los materiales escritos, en pergamino, en papel, en seda o en madera, con una lectura más radical y medular no escrita en letras de molde, sino trasvasada desde muros y cimentaciones, testimonios rescatados del hondón de siglos tardorromanos o muy tempranomedievales
Fueron casi providenciales los hallazgos arqueológicos que permitieron conectar los materiales escritos, en pergamino, en papel, en seda o en madera, con una lectura más radical y medular no escrita en letras de molde, sino trasvasada desde muros y cimentaciones, testimonios rescatados del hondón de siglos tardorromanos o muy tempranomedievales, unidos a vetustos umbrales, a pozos y aljibes de oscura trayectoria en su difícil datación cronológica, adaptados a satisfacer los más variados usos y necesidades de la vida de las comunidades y de los grupos humanos que en siglos imprecisos los utilizaron como parte de su urbano vivir; de ménsulas o almanaques que, en su día, sostuvieron posibles dorados artesonados, cerámicas de los más variados usos, monedas o férreos y cúpreos elementos de diferente proveniencia, muros con argamasas de muy antiguas cimentaciones y estructuras, todo un mundo de descubrimientos, que los arqueólogos, bajo la experta dirección de Sergio Ríos, estudiarán y trasvasarán a memorias científicas que mejor llevarán a conocimientos hasta ahora no explorados.
Fue gratificante para mí el descubrir el precioso y preciado libro de mi librería particular, a través del vetusto sabio benedictino francés Oliver de Legipont, en su itinerario o método apodémico de viajar, en que se contiene el modo de hacer con utilidad los viajes a cortes extranjeras, con dos disertaciones, la primera sobre el modo de ordenar y componer una librería y la segunda sobre el modo de poner en orden un archivo. En Valencia, por Benito Monfort, junto al Hospital de Estudiantes, año de 1759, el cual habla de los mármoles que cubrirán los suelos, que serán de Caristio (en Eubea de Grecia), de las estampaciones, mapas, grabados, trazas, dibujos y pinturas que pueden contribuir a dar mayor realce a los preciosos tesoros que en un archivo o librería se encierran. En nuestro Archivo Histórico Diocesano podrás ver redivivas todas las aspiraciones que el sabio benedictino galo ansiaba para que se dotara de tan expresivos elementos, que deberían confluir en el ornato de los archivos.
De todo ello encontrarás puntual verificación en las hermosas estampaciones en seda del siglo XVIII, en inscripciones en madera, en pergamino o en papel, que se te muestran para deleite de los sentidos y de las almas de quienes contemplen la sucinta y antológica exposición de Cantorales y fragmentos musicales de libros litúrgicos, con otras muestras que te reservo para contemplación y te omito por limitación de espacio en este preciso momento. La Archidiócesis de Oviedo te ofrece para tu estudio e investigación lo más preciado de sus fondos archivísticos sacramentales. Ven a usarlos.
Agustín Hevia Ballina, director del Archivo Histórico Diocesano y archivero de la Catedral
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