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Democracia a la española

21 de Diciembre del 2010 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Suponemos que, al menos algunos lectores, se acordarán de cuando irrumpió en los medios de comunicación Carlos Arias Navarro, poco después de hacerse cargo como presidente del primer Gobierno de la Monarquía parlamentaria, para advertir muy ufano al pueblo que, en efecto, en España tendríamos un sistema político democrático, añadiendo inmediatamente después, «pero una democracia a la española». Tanto los unos como los otros se le echaron a la yugular, quizás haya sido una de las chispas de aquel efímero gobierno, que duró seis meses. Luego fue sustituido por Adolfo Suárez, elegido por el Rey Juan Carlos I, entre una terna que le propusieron.

Pues bien, no hizo falta Arias Navarro para que, con el paso de los años, la nuestra se convirtiera en una democracia a la española, protagonizada por aquellos, o sus hijos, antagonistas de la propuesta de Arias Navarro. La participación ciudadana, uno de los pilares de la democracia, no se incentiva cada legislatura, hasta la llegada de las campañas electorales, después cae en la malquerencia. Otro tanto de lo mismo ocurre con las promesas de transparencia en la gobernabilidad si se llega al poder. En bastantes casos hay que someterse al sistema imperante para poder desarrollar inquietudes libremente, los celos de la clase política afloran inmediatamente, tienen miedo de que les invadan su espacio. Todo está contaminado por la política. Son pocos los espacios reservados a la sociedad civil. Ahora la diferencia sustancial con el pasado radica en que en vez de uno aparentemente son dos los movimientos nacionales, el popular y el socialista. Ortega y Gasset, que nos dejó a mediados del pasado siglo, ya nos advirtió: «Ser de derechas o de izquierdas es una de las infinitas formas de estupidez». Pues si levantara la cabeza ahora, caería de bruces.

Por la ausencia de democracia interna, para pertenecer a uno de los partidos no hay que hacer votos de castidad, pero sí de total obediencia. Llegada la hora de confeccionar las listas electorales, sus afiliados son meros comparsas, no se cuenta para nada con las bases, que han de someterse con absoluta obediencia a los designios de sus dirigentes, de lo contrario está cantada su postergación. El dedo índice de los dirigentes es quien pone y quita a los candidatos y el orden en el que van a figurar. O sea, ellos se lo guisan y se lo comen, y las bases, sin rechistar. Y al final, el elector goza del gran privilegio de votar por un candidato que eligieron otros. Lo de las primarias, como se pudo comprobar a través de estos años, es una pantomima, compruébese desde el «caso Borrell» para acá. Por tanto, no hay cabida para el talento, todo el espacio útil político en buena parte lo ocupan los incompetentes, trepas y aduladores.

Y, para terminar, quiero señalar que la responsabilidad en buena medida también recae en el pueblo, no existe conciencia ciudadana. La indiferencia y el pasotismo en general es la seña de identidad del comportamiento de la sociedad española, actitudes aliñadas con la tibieza y la pusilanimidad. Esa ausencia de interés por la cosa pública hace que se viva superficialmente y que en sendos casos se siga comulgando con ruedas de molino. Y así seguiremos mientras no cambien las reglas del juego. No sólo financieramente, la crisis también se extiende a la política. No sabemos quién definió las crisis así: «Cuando lo viejo no acaba de morir y tampoco lo nuevo acaba de nacer». Esto es lo que hay.

José Antonio Coppen Fernández, Lugones

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