Recuerdo de Laso
Conocí a Laso tras una conferencia que, organizada por Tribuna Ciudadana, impartió Manuel Atienza en el salón de Actos de la Caja de Ahorros, en Oviedo. No estoy seguro, pero aquello debió de ser en 1988; juraría que en el invierno de aquel año, pues cuando salimos estaba oscuro y desapacible, como queriendo llover. Afuera los asistentes aprovechaban para saludarse y, en los corrillos que se formaban, comentar el discurso recién escuchado (¿sobre teoría y técnica legislativa?) o supongo que cualquier otro asunto que entonces estuviera en el candelero de la ciudad. Yo acompañaba a los que luego serían mis compañeros del área de Filosofía del Derecho, pero me encontré con mi primo, el abogado José María Fernández, que me integró en otro de los grupos, donde estaba Laso, y me lo presentó. Nos dimos la mano, intercambiamos unas palabras y sin más, pues se iban a cenar, nos despedimos. No volvimos a saber el uno del otro hasta unos años más tarde.
En 1990 yo estaba en León, dedicado ya a la Universidad y participando en la puesta en marcha de un proyecto ciudadano, de un Ateneo. Se me ocurrió que quien mejor podría asesorarnos sobre el funcionamiento de una organización de este tipo serían los creadores de Tribuna Ciudadana, y entonces llamé a mi querida Lali González, a la que había conocido como miembro muy activo de Prisión y Sociedad, pues sabía que también lo era de Tribuna. Me puso en contacto con Juan Benito, Lola Lucio y José María Laso, que el sábado fijado se presentaron allí, reuniéndose con un buen número de socios del Ateneo leonés y ofreciéndonos sus experiencias. Fue una velada entrañable, sobre todo gracias a los invitados, aunque no debería llamarlos así pues a nada les invitamos, retornando los tres para Asturias antes de la cena. De nuevo pasarían años hasta que volviera a encontrarme con Laso. Muchos más pasarían hasta que volvimos a reunirnos todos los citados en este párrafo, Lali y Lola, Juan Benito, Laso y yo (también Antonio Masip y otros amigos), en el homenaje que tributamos a Veneranda Manzano, en 2006, en el colegio que lleva su nombre.
Ahora debía de ser 1994 ó 95 y yo estaba otra vez en Oviedo. Asistí a un acto en el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA, y allí me encontré con Laso. A la salida, ante la puerta del periódico, estuvimos charlando un buen rato; supongo que de todo un poco y, en concreto, con seguridad, de Wenceslao Roces, a quien Laso había tratado y conocía bien, y en quien yo estaba muy interesado entonces. Más adelante escribiría la biografía más amplia que hay sobre el universal comunista de Soto de Agues y Laso gestionaría su publicación y la prologaría. También tuvo que ser entonces cuando le invité a mis clases, a impartir una a mis alumnos, lo que haría curso tras curso hasta 2007. Desde aquel encuentro a mediados de los noventa hasta que falleció, ahora hace un año, mantuvimos no sólo el contacto frecuente sino la amistad con la que me honró.
Subtítulo: Primer aniversario de la muerte del intelectual progresista
Destacado: En sus conferencias, algunos alumnos pudieron descubrir que tras todo el tecnicismo legal sólo apto para entendidos el derecho tenía una dimensión política en la que no habían reparado
Recuerdo que la primera vez que lo presenté ante mis alumnos acababa de leer «Sostiene Pereira», la novelita de Tabucchi, y en mi mente había imaginado a Pereira como Laso, sugestión que compartí con el auditorio, provocó la extrañeza de Laso y consiguió que varios alumnos leyeran el bello relato. Evidentemente, Pereira era un democristiano y Laso era comunista, pero ambos compartían una fuerza moral que me resultó y aún hoy me resulta similar. Pero a lo que iba, que aquella sería la primera vez que Laso impartiría, en el marco de mis asignaturas, de Filosofía del Derecho o de Historia del Pensamiento Jurídico, una clase magistral sobre el uso alternativo del Derecho, esa corriente del pensamiento jurídico que hoy ya no está de moda, aunque no por eso sea menos interesante, y que Laso contribuyó a implantar en España. En sus conferencias, algunos alumnos pudieron descubrir que tras todo el tecnicismo legal y jurisprudencial sólo apto para entendidos, tras sus ritos y palacios de justicia, el Derecho tenía una dimensión política en la que no habían reparado y que resultaba imprescindible si de veras pretendían una comprensión cabal y acabada del fenómeno jurídico. Durante todos esos años, al finalizar el acto, algunos alumnos se acercaban a saludarle y a Laso se le notaba la satisfacción de quien hubiera sido feliz dedicándose a la docencia universitaria, lo que aunque parezca raro no hizo por lealtad a su partido. Tras la clase solíamos comer en alguno de los restaurantes por él elegido.
Ése sería otro capítulo de mi recuerdo de Laso, el de las comidas. Hombre muy austero en sus costumbres, evidentemente no era Laso un glotón pero tenía sus gustos definidos y, sobre todo, disfrutaba de las sobremesas, en las que mientras se fumaba el puro y bebía la copa de anís acostumbrados no podía dejar de contar algunas de las muchísimas anécdotas que había vivido, ya fuera en el transiberiano o en el penal de Burgos, con Bueno o con Cela, por citar varias de las más celebradas. Una de las comidas que casi, casi llegó a institucionalizarse se repitió en La Venera, donde tan bien nos trataban, con Macrino Suárez y Juan Casero, conferenciantes también en mis clases, con José Ramón Pla y alguna vez con Paco Rionda. Otra comida que se repitió varios veranos fue la de Andrín, en Llanes, con Gustavo Bueno, padre e hijo, y con Elías Díaz, entre otros. Fueron muchas las personas que conocí con Laso, muchas las vivencias que compartí con él, muchos los proyectos que ideamos y los actos que efectivamente organizamos; muchos otros capítulos, en fin, que ya no hay tiempo (espacio, quiero decir) para narrar.
Cuando llego al final de este resumido y entrecortado recuerdo, ni puedo ni quiero dejar de citar a mi buen amigo, a nuestro buen amigo Víctor Berezowski, artista ucraniano que vive en Oviedo y que en los últimos años acompañó a Laso casi constantemente. Quienquiera que sintiera afecto por él debe estarle agradecido a Víctor. Ya antes, pero desde que en abril de 2008 Laso ingresó en el Hospital Central de Asturias (esta vez no dudo de la fecha porque, por desgracia, también mi padre ingresó entonces en el mismo hospital, esta vez para dejarnos); desde ese primer ingreso hasta que en diciembre de 2009 descansó por fin, muchos éramos los que pasábamos a verle, pero Víctor era el único que estaba siempre allí, el imprescindible. Hoy hace un año que se nos fue Laso pero, como aquel día me dijo Mirtha del Río, profesora de la Universidad de Santa Clara, querida amiga tanto de Laso como mía, «no hay razón para estar tristes; Laso vivió su vida intensamente. Ojalá todos la viviéramos así».
Benjamín Rivaya, profesor de la Universidad de Oviedo
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