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Armas en manos de cazadores

22 de Diciembre del 2010 - Julio Ortega Fraile (Vigo)

Quien solicita una licencia de armas puede hacerlo por diversos motivos: en razón de su profesión: un policía; con la intención de protegerse en caso de asalto: un joyero; para matar: un cazador. A todos ellos se les concede pero, ¿el porqué de la petición no lleva implícita la idoneidad, o no, mental e incluso ética del aspirante a poseer una pistola o un rifle? Me explico.

Todos comprendemos que los miembros de las Fuerzas de Seguridad porten un arma, o ciertos comerciantes por su situación de especial riesgo, y casi nunca oímos que unos u otros las utilicen para cometer un crimen. Es importante recalcar que no me refiero a delincuentes habituales armados, sino a ciudadanos que un día deciden disparar contra seres humanos.

Pero ahora hagamos recuento de cuántos homicidios y asesinatos se perpetran con armas de caza, o lo que es lo mismo, cuyo autor es un cazador. El último, acaecido en Olot, probablemente ocupa por el número de víctimas, junto con el de los Hermanos Izquierdo en Puerto Hurraco, uno de los puestos de cabeza en una extensa y siniestra lista en nuestro País.

Sí, ya sé que han de superar un test psicotécnico, pero no parece que esa prueba sea determinante para detectar ciertas inclinaciones en el solicitante, de otro modo y volviendo al cazador de Olot, no se entiende que mantuviese vigente su permiso de armas cuando era conocido su carácter pendenciero y que numerosas noches salía a la calle vestido de sheriff.

De cualquier modo, lo irrefutable es que quien pide una licencia de armas para cazar la está demandando para matar a seres vivos, y esa pretensión tendría que constituir per se un impedimento para obtenerla, pues si apretar el gatillo contra un animal por el placer de hacerlo ya es algo perverso, hay que sumarle la certeza - ampliamente demostrada y documentada por psiquiatras e historiales delictivos de que es común encontrar episodios de violencia con animales en los antecedentes de sujetos que después la han ejercido contra personas. Y quien es emocional y éticamente estable, con aptitudes para la tenencia de un arma, no desea hacerse con una para matar, y no lo hace porque no encuentra satisfacción en arrebatar una vida.

Más allá de las habituales piezas cinegéticas, en España se pudren innumerables cuerpos de perros, de caballos (véase lo que ocurre en Galicia) o de seres humanos gracias a que un día se cruzó en sus caminos un cazador. La nueva Ley, a la que los escopeteros oponen una resistencia enconada, acaso alivie la herida, pero no va a dejar de sangrar, no lo hará mientras mediante un trámite burocrático cualquiera pueda obtener una licencia tipo D o E para matar animales. Y sí, el ser humano también es un animal. Tal vez por eso algunos no distingan cuando disparan.

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