El anonimato en las grandes ciudades
Acostumbrada a vivir en un pueblo de poco más de veinte mil habitantes, la sensación de pasear por las calles de una gran ciudad como Gijón se vive como aterrizar en un mundo desconocido, enorme y abrumador. Miles y miles de luces, sonidos y estímulos me rodean y suceden a una velocidad desenfrenada, tan fugaces que resulta casi imposible procesarlos a tiempo. Oleadas de personas avanzando en multitud en todas direcciones, con la mirada fija al frente y la dirección de sus pasos clara y segura, como si al ir más rápido pudieran ganar más tiempo. Y allí, entre todo el bullicio de actividad y movimiento, perdida en medio de una masa de gente absorta en sus propios pensamientos, atenta a todo lo que me rodea y que capta mi atención, estoy yo. Hay quienes dicen que vivir en una ciudad tan grande es una experiencia abrumadora, pero creo que es precisamente aquí donde reside la clave: porque entre una multitud de rostros y vidas ajenas, es donde encuentro el confort de sentirme desconocida y poder ser yo misma en el absoluto anonimato.
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