Napoleón
Napoleón Bonaparte, titán o Atila, de Tolón a Santa Elena, un segundo Alejandro Magno o un ogro sangriento. Hombre de muchos méritos, de cuna corsa, perteneciente a una mediterránea pequeña nobleza local de Ajaccio, representa el gozne claro entre los todavía implacables vestigios de los lazos feudales y una época nueva de igualdad ante la ley, difusión de los ideales de la Revolución francesa, creación de un Estado-nación autoritario y centralista, producto de su formación racional, robespierrista y jacobina. Muy inteligente estratega y militar de carrera, convirtió a la fragmentada Europa en una serie de reinos satélites al servicio de una dinastía familiar imperial, creada por él mismo. Águila cesarista y trono. Napoleón, hombre que evoluciona desde su credo laico de soldado revolucionario a una concepción dictatorial pragmática, pletórico de indudable megalomanía, pero con dotes organizativas y modernizadoras geniales. Napoleón, con su sombrero y uniforme, sus relaciones tóxicas con Josefina de Beauharnais, gran amor tormentoso de su vida (al que le introdujo la interesante española Teresa Cabarrús), fue un menudo y muy belicista general, héroe en las campañas de Egipto, en Ulm, Austerlitz y Jena, cuyo legado fue clave: el sistema métrico, también el código civil liberal napoleónico, la universidad o enseñanza superior napoleónica, la erradicación o abolición formal de la servidumbre feudal, la creación del concordato con el Papa, la guerra comercial y de bloqueo al librecambismo británico, el sistema continental (con una visión global de Europa como unidad histórica). En España impuso a José Bonaparte como rey, más conocido como “Pepe Botella”, rey usurpador y ajeno, pero con un espíritu nuevo reformista que quiso suprimir la inquisición e impulsar avances. Los sacrificios de los españoles en la guerra de la Independencia costaron más de 300.000 muertos, expolios, saqueos y atrocidades de los que da rendida cuenta el genial Goya -gran español pero a vez muy lúcido ilustrado- en sus muy terribles “Desastres de la guerra” y en "Los fusilamientos del 3 mayo o de la Moncloa”, la “Carga de los mamelucos”, etc. Napoleón subestimó el valor patriótico español, con desprecio, “un pueblo empobrecido, de bandoleros, curas, frailes y aldeanos fanáticos”, que, a través de un hostigador sistema de guerrillas, con El Empecinado, Espoz y Mina, Vicente Moreno, plantó cara a la invasión. Son jalones gloriosos para los españoles, el sitio de Zaragoza, con Agustina de Aragón; las batallas de Arapiles, Ciudad Rodrigo, Medina de Rioseco, el Bruch, Bailén y Vitoria. Las resistencias heroicas de Valencia, Gerona, Zaragoza, la proclamación de una Asturias soberana, a través de la Junta General del Principado el 25 mayo de 1808, en contra del “Tirano de Europa”. España contó con la alianza luso-británica de Wellington en el desalojo y repliegue de las tropas napoleónicas en la Península. Significando aquel período el fin ya claro del Imperio español en las Américas, la traición del muy felón Fernando VII y la apertura de enconadas luchas entre liberales y absolutistas tradicionalistas. Napoleón claudicó en España y por último en Rusia y Waterloo, dejando una inmortal estela en la historia.
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