Sí, era yo

29 de Noviembre del 2023 - Javier Carriles Suárez (Candás)

El 25 de noviembre fui a Pola de Siero, a la manifestación convocada para clamar por el final de las violencias machistas, como integrante de un colectivo feminista cuya propuesta me convenció hace un año; tomar conciencia, a través de obras literarias y ensayos, del horror manifiesto y, al cabo, fatídico que suponen el cuestionamiento nuclear y la obliteración de toda vida humana que, desplegando cualidades elementales que coadyuvan a hacer del existir algo digno, bello y necesario (es decir, “por determinación de su naturaleza”, según la RAE), presenta una fragilidad pavorosa si no nos sentimos impelidos a defenderla en sociedad como reacción a la denuncia, pública o restringida, de los atropellos que sufre.

Hay un principio vital, casi un fuego sagrado, que preservar, que está en todos, porque los vejámenes infligidos a las mujeres en cuanto tales existen, y atentan a lo que de más humano hay que respetar y celebrar; muchos los hemos visto y hasta sufrido indirectamente (con gran impotencia, además), y los negacionismos y revisionismos deben desestimarse como elementos con que elevar la dispersión fenoménica a la categoría de análisis.

Con fe acendrada se reza por los malvados, dado el efecto multiplicador que se deriva de la esperanza depositada en la misericordia, mientras que la insidia, el insulto, la mano larga y piromaníaca se desatan también con brío aritmético, pero de signo divisor o sustractivo. Sí, las violencias crean un prolongado clima de aparato eléctrico insoportable, sientan un precedente, dejan un rastro indeleble, se diría que violencia llama a violencia y hay que señalarla, perseguirla, repudiarla, así como arbitrar los medios que impidan su irrupción. Y está en todas partes -en aberrante ubicuidad-; se constata un hilo conductor transversal que nos enhebra a quienes no ejercemos formas de dominación, sobre cuyo curso segmentamos estos días la atención en la lábil óntica asignada, tras atávica convención, a la mujer -la mitad del mundo-, y es legítimo; muchas son nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras hijas, nuestras parejas, nuestras amigas, nuestras compañeras. Nosotros, los hombres, tenemos entre manos una misión grave en su contenido pero sencilla de ejecutar; a saber, no entorpecer, no obstaculizar, ni de fuerza ni grado, ni con tretas ni engaños, el avance de las mujeres.

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