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Las ruinas de San Cucufate y el vino de Talha, alentejanos de toda la vida

26 de Enero del 2024 - Ángel García Prieto

Las ruinas de San Cucufate me llamaron la atención sobre todo por el nombre, “Cucufate”, que me sonaba como una palabra chocante y un tanto misteriosa en mi infancia. Era un nombre llamativo, de chiste, de personaje legendario, quizá simpático, pero raro o al menos lejano. Después he sabido que Cucufate -o Cucufato- fue un santo cristiano, mártir, nacido en Cartago, que vino como misionero a Hispania y sufrió hasta la muerte por su fe, en una de las persecuciones de Diocleciano, en la época de entre los siglos III y IV y en tierras ahora catalanas; donde hoy da nombre, por ejemplo, a Sant Cugat del Vallés, entre otros lugares.

Estando con mi familia tres semanas de vacaciones en la costa del Alentejo, en una casa de turismo rural cercana a Vila Nova de Mil Fontes, que elogian como “La Princesa del Alentejo”, fui de excursión para almorzar con un médico portugués amigo, a quien conocía por varias coincidencias de cenas en casas de fados lisboetas. Habíamos quedado en almorzar en Vila de Frades, la llamada “capital del Vino de Talha (Tinaja)”, que desde la época romana se elabora y conserva en tinas.

Y allí, al lado, están las Ruinas de São Cucufate, que aproveché para visitar. Se trata de un espacio de varias hectáreas en ese paisaje mínimamente elevado sobre los campos vecinos. Dichas ruinas tienen el marchamo de los siglos, que propician además la visita sosegada, a campo abierto y a través de los caminos de la finca, en la que aparecen los restos de un edificio que fue un templo romano. En la zona más llamativa por alturas y volúmenes tiene muros de ábsides cilíndricos, amplios, de dos alturas, con una galería de arcadas a la que siguen pasillos entrecruzados que van dando paso a otras edificaciones múltiples de graneros, habitaciones, fresqueras, termas… En definitiva, toda una gran villa señorial romana, con actividad agro-ganadera que inicialmente fue construida en el siglo I y posteriormente renovada y ampliada en el V.

Sumario: El milagro de la vida entre la historia y la poesía

Destacado: Me recordó escenas de la infancia muy similares, cuando mi madre me llevaba a los jardines de San Martín en la ciudad de Zamora

En la Alta Edad Media se le añadió una iglesia y fue un monasterio dedicado a San Cucufate, que después de siglos en desuso por la invasión musulmana pasó a ser restaurado y utilizado por los canónigos del convento de São Vicente de Fora, de Lisboa.

Cerca hay un pequeño anfiteatro para actos públicos y culturales y en ese entorno pasaba un rato de la mañana una mujer joven con su hijo de unos cinco años, jugando con unos cochecitos entre la tierra, las piedras y los rastrojos; mientras ella tejía con dos agujas el hilo grueso de un ovillo de lana o algodón. Me recordó escenas de la infancia muy similares, cuando mi madre me llevaba a los jardines de San Martín en la ciudad de Zamora, a pasar un rato antes de la hora de comer. Me resultó entrañable esta situación. Y cuando llegué a estar con mi amigo portugués, el doctor João Lopes, médico de familia en Vila de Frades, le comenté estos detalles.

En seguida me dijo que conocía a esa mujer y a ese niño: “Ana Paula y Luís”. “Cuando estaba embarazada –continuó– le diagnosticaron en el hospital de Évora un linfoma y de inmediato saltó la alarma con el tratamiento, para aparecer la palabra ‘aborto’, que llegaron a recomendarle como primera opción”. “Yo –decía– estaba convencido que el embarazo debía proseguir. Bastaba atrasar unas pocas semanas el comienzo de la medicación antitumoral, para evitar posibles malformaciones en los primeros pasos del desarrollo de las estructuras fetales y luego tomar de nuevo precauciones de dosificación poco tiempo antes del parto, con objeto de no intoxicar al esperado recién nacido”.

Y ahí lo tenemos, alegre y vivaracho, con su madre, jugando a los coches, entre las nobles ruinas y los encendidos vinos de Talha, que los romanos enseñaron hacer a sus vecinos hace dos mil años. Lugareños que bien pueden hoy entender y sentir los versos de su compatriota portugués Luis de Montalvor (Cabo Verde, 1891-1947), que canta:

“La vida es todo cuanto Dios nos dio / río por entre montes sin tener cama / Es fuente que brotó y no corrió / Que nació y secó dentro del pecho. // La vida es cual agua corriente / que fluye sin verse por los abrojos / Viene de la fuente del amor -agua que siente- / y va desde el pecho a nuestros ojos. // La vida es ser-se luz y ser-se brasa / Es ser aquí deseo, allí cuidado / Es un querer volar y no ser ala / un cuerpo de mujer todo apretado. // La vida es una roca donde me agarro / es abrazo con las manos del ansia y del amor / Me envuelve ciñendo la indecisión / y me acecha la Muerte alrededor. // La vida es nuestro amor hecho escultura / es todo lo que se estrecha y que se adora /Belleza de mujer que poco dura / La vida son mil años en una hora. // La vida es un mudarse a cada instante / Es una andar el tiempo así cambiado / Y tomar un minuto por distante / La vida son mil años en una hora / Y tener por siempre el tiempo bien contado”.

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