Políticos de escuela Primaria
Está visto que hoy, políticamente, puede llegar cualquiera muy arriba, cosa que antes no ocurría. En la República se miraba mucho a quién se ponía en las listas electorales para que ningún zote pudiera ser elegido. El prestigio de los partidos estaba por encima de todo y, como consecuencia, el de España. Así vemos que, tanto de izquierdas como de derechas, contaron siempre con parlamentarios con un buen bagaje cultural, buenos oradores –sin papeles ni chuletas, como ahora– que cuando subían a la tribuna daban lecciones de prestigio y sabiduría. Dos ejemplos nada más: Calvo-Sotelo y Manuel Azaña. Si estos y tantos otros de entonces levantaran la cabeza y vieran –salvo excepciones, claro– qué señorías y excelencias siguen hoy su trayectoria política parlamentaria, se caerían de espaldas.
Aquellos políticos de ayer no tenían asignación alguna, iban desinteresadamente y por vocación a los cargos a los que optaban, y no como los de hoy, que tienen unos grandes sueldazos, dietas, pensiones y en tantos cosas, chupa y mamandurria. De vocación, anda, un pistonudo «modus vivendi» es para esos políticos cuya ideología radica en el estómago. ¡Y qué estómago tienen algunos!
¡Qué contraste! Y qué decepción el ver que hoy algunos llegan hasta ser ministros, cuando su bagaje cultural es de escuela primaria. Así vemos cómo una ministra, ciscándose en la más elemental regla gramatical y ortográfica, nos suelta algo así como «cónyugue» (menos mal que no remató el vocablo de marras con esa pronunciación de un diptongo que se llama diéresis) y se quedó tan pancha. Pues bien, la culta ministra, públicamente también, cuando alguien le preguntó cómo había dado un importante puesto a una persona muy afín a ella, su respuesta fue que, como ministra, ella colocaba a quien le salía de los cojones...
Nada, amigos, que es como para emigrar e ir a vivir con los lapones.
Ricardo Luis Arias
Aller
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