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No son los mercados, son nuestros pecados

29 de Diciembre del 2010 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

No se puede culpar a la meteorología porque llueva o luzca el sol. De igual forma, no se puede culpar a los mercados, salvo porque tienen un comportamiento producto de decisiones de hombres libres (a veces irresponsables). Nuestros pecados como españoles libres fueron múltiples, y estamos cosechando lo que hemos sembrado.

En la transición se acordaron cuestiones menos públicas que los Pactos de la Moncloa, como ese acuerdo por el que la FP permanente de carácter ocupacional para la empleabilidad debería acabar siendo realizada y ejecutada por los AASS con fondos públicos. Y mientras desaparecía la impartida por la Administración con medios propios, convirtiéndose ésta en un río de fondos hacía centros colaboradores. El objetivo de la competitividad del país, que debería conseguirse por medio de la mejora continua de la empleabilidad de los trabajadores, habría quedado marginado por otras cuestiones más interesantes para los agentes intervinientes. De ahí que tras más de veinte años de ayudas con fondos estructurales europeos para la formación con el fin de mejorar la competitividad del país, ahora resulta que no existe tal competitividad. Hemos malgastado ingentes cantidades de ayudas europeas para mejorar nuestra competitividad, hemos vendido todo nuestro patrimonio industrial del INI como si fuéramos verdaderos hijos de papa herederos en un paraíso natural, y llenos de oportunismo (que FG y el PSOE llamaban pragmatismos), llegamos a la cultura solchaguista, que afirmaba que España era el lugar donde uno más fácilmente podía hacerse rico. A cambio, el esfuerzo industrial y el conocimiento parecían como que no merecían la pena. Por eso como imagen poderosa hicieron su aparición pancartas como el eslogan JASP: jóvenes sobradamente preparados para ser explotados durante la semana, permaneciendo abiertos hasta el amanecer en el «weekend». Instaurada tal cultura, ya sólo había que dar el paso de la eficacia, y lo dio Aznar; llegando al auténtico pragmatismo de la «burbuja inmobiliaria» con múltiples construcciones por doquier con empleos manufactureros. Tras él, no es que volviera el oportunismo socialista, que también, sino el auténtico despropósito de que todo era guay en el feliz paraíso natural de la alianza de las civilizaciones. Una alianza en la que todos, a todos, nos iban a prestar dinero a cuenta de nuestras sobrevaloradas viviendas. Luego los que se dicen liberales como el señor Rosell opinan que sobran funcionarios, cuando lo que sobra son los cuantiosos gastos y sueldos que se pagan a prejubilados banqueros, o las subvenciones y contratos a empresas por cosas que podían hacer esos funcionarios a los que se prefiere declarar a extinguir, como es el caso de la Formación Profesional permanente de carácter ocupacional. Señor Rosell, lo que sobra es que la Administración alimente a tanta clase empresarial, porque ella, la clase empresarial, ni ha tenido ni tiene el suficiente dinamismo ni la suficiente visión para, creando una sociedad del conocimiento con todos los fondos recibidos, haber logrado la competitividad que no ha sabido conseguir. No desvíe demagógicamente la atención, ni del gasto ni de la responsabilidad. Ni un euro más para Formación Profesional permanente fuera de los cauces de la Administración, vayamos a una formación realizada por profesores que hayan pasado un concurso de méritos y el correspondiente examen por profesionales de la materia. Pero, claro, cierto liberalismo oportunista y socio de los oportunistas dice que para qué queremos servicios públicos realizados por la Administración, pudiendo pagarlos la Administración y darlos ellos con el consiguiente beneficio por representación y para pagar sueldos a gente para nada funcionarios. Pues, ya ve, cuando la patronal no reciba ni un euro de la Administración y sea la clase empresarial la que asuma los riesgos de hacer competitivo este país, hablamos y hablaremos también de la renta básica universal. Pero, de momento, que funcionen los funcionarios y que dejen de funcionar los que no son funcionarios y cobran del Estado, porque quitar funcionarios para que ustedes, los AASS, hagan negocios a costa de la Administración no me cuadra.

Pero si de verdad quisiéramos afrontar la realidad y salir de la crisis, sería bien fácil: sólo habría que seguir algunos principios éticos y consultar a la filosofía de la historia. Principios tales como dejar el hábito de culpar al otro como si eso fuese el remedio para el problema, y recordar que donde antes veinte hombres hacían un trabajo en un día, ahora un solo hombre en media mañana lo hace con una pala retroexcavadora. Además, ahora, donde antes cincuenta eminentes números uno de las mejores universidades investigando con su meticulosidad hacían un gran trabajo durante un trimestre, hoy en día el mismo trabajo es realizado por un único científico provisto de robots de investigación con inteligencia artificial, que, junto con su creatividad, lo realiza en un par de días. De esta guisa continuar con la expansión productiva para intentar combatir el desempleo tecnológico que he descrito, sería como establecer una reacción en cadena descontrolada en una central nuclear. Si consultamos la filosofía de la historia, ésta nos cuenta que por hechos mucho menos espectaculares que estos descubrimientos la historia dio cambios transcendentales que hubo que afrontar, o caer en la negrura de las civilizaciones abortadas. Por eso uno se atreve a establecer cuatro emprendedores principios para salir de la crisis

1.º–El que pueda y sepa hacerlo, que lo haga.

2.º–El que no pueda y lo sepa, que lo enseñe.

3.º–El que pueda y no sepa, que lo aprenda.

4.º–El que no pueda y no sepa, que no incordie y dé palmas y alegrías sirviendo a los demás.

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