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Del belén en la escuela, y los que montan el belén

25 de Diciembre del 2010 - Félix Martín Martínez (Oviedo)

En los últimos años y tras el «cese de competencias» que el actual sistema social ha ido dejando por el camino, a la escuela y al instituto se les han ido acumulando los deberes que ha tenido que ir añadiendo a su currículo académico. De esta forma a los enseñantes, cada vez más, se nos atribuye la obligación de tareas educativas, comportamientos y actitudes que el alumnado ya debería traer «puestos de casa». Cada vez más el profesorado se ve en la necesidad de ocupar el horario lectivo en readaptar comportamientos indisciplinados que, sin ser mayoritarios, sí condicionan en cambio (cuando no hipotecan) la formación de la mayoría del resto del alumnado. Dicho de otro modo y en román paladino, cada vez más el profesorado ha de ocupar más minutos en «domesticar» al alumnado que en contribuir a su formación. Pero esto es tan sólo una parte.

Cada vez más, a los enseñantes se nos obliga (por el mismo precio, claro, mejor dicho, ahora por menos) a impartir competencias o tareas tan variopintas como la educación sexual, la educación vial, la educación ecológica y ambiental, la educación sobre la igualdad, contra el racismo y la xenofobia, la educación oenegista, la educación contra el maltrato de género, la educación a favor de la paz y el desarme, la educación contra la drogadicción, la educación a favor de una sana alimentación (luego ya se encargarán los progenitores de atiborrar a sus vástagos con chucherías), la educación sobre el uso racional de las nuevas tecnologías (mientras que su habitación ya se ha equipado de un arsenal de aparatos de última generación, por aquello de «tenerlos controlados), la educación en modales y urbanidad (luego de que el educando de marras haya salido de su casa con el pantalón por las rodillas, enseñando el culo y su ropaje interior). Así y un largo etcétera.

Pues bien, sin reparo alguno, los señores progenitores delegan sin prejuicio alguno en los enseñantes, al objeto, insistimos, de que nosotros seamos el «profesorado para todo». Paralelamente a todo este rosario de modernas atribuciones, nuestros centros de enseñanza se han convertido en un enorme escaparate donde se cuelga todo tipo de propuestas. Los tablones de anuncios de nuestros centros de enseñanza son una gran cartelera de propuestas tan variopintas como la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, Día Mundial de los Derechos Humanos, Día Mundial contra el Sida, Día del Trabajo, Halloween, el Carnaval, el Primero de Mayo, el amagüesto, y cosas de este tenor. A nadie estorban estos recordatorios o propuestas, cuya invitación es a título voluntario. Sobra decir que tampoco estorban a quien suscribe.

Sin embargo, recientemente, y con la llegada de la Navidad, tal parece como si el recuerdo de una tradición cultural de 2.000 años, ¡¡dos mil!!, representase un grave insulto para unos pocos que otra vez pretenden condicionar a la mayoría.

La instalación de un belén en los centros públicos de enseñanza, en modo alguno representa ni una coacción ni la obligación de genuflexionar ante sus figuras; tampoco el imperativo de cantar villancicos. El belén significa el recordatorio de un hecho histórico sin precedentes y que, a dos mil millones de seres humanos, además, nos dice mucho más que eso. La instalación de un belén, las más de las veces ocupando lo que apenas un par de cartelones del variopinto muestrario antes apuntado, ni ofende, ni obliga, ni mucho menos se muestra de un modo afrentista. Ningún centro de enseñanza coacciona a su alumnado a participar de la fiesta del belén, cuya representación forma parte de un acto voluntario que, quiérase o no, está en el calendario, y sin afán de proselitismo alguno simboliza, insistimos, el recordatorio de un hecho histórico imborrable. No es culpa del cristianismo que el islamismo carezca por completo de formas iconográficas con que representar su credo cultural y religioso, claro está, absolutamente respetable. Sin embargo, de no ser así, ¿estaríamos ante la polémica actual del belén en los centros públicos de enseñanza o por el contrario nos plantearíamos la fraternal convivencia de ambas formas de recordación histórica, cultural y religiosa?

O lo que es lo mismo, la instalación del belén (apenas un par de semanas), de forma voluntaria, insistimos, no obliga a su contemplación religiosa, y es la puesta en escena de un hecho histórico sin parangón. El afán de unos pocos por ver en ello un objetivo de proselitismo religioso no es más que retorcer la realidad. Es sólo el afán prohibicionista de un pataleo que, con el ruido por argumento, pretende correr el telón de la historia. Por cierto, tiempo ha, por supuesto, que el belén está montado en nuestra casa, abierta de par en par. Otros, qué pena, se encargan de montar el belén.

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