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Los psicofármacos no son veneno, casi siempre curan o mejoran

25 de Diciembre del 2010 - Ángel García Prieto (xxx)

La actitud que tienen las personas hacia los medicamentos es muy variada, en una gama de posibilidades que va desde el rechazo casi absoluto al abuso enfermizo. Frente a los medicamentos que se utilizan en psiquiatría –los psicofármacos–, es decir, aquellos que tienen un efecto directo sobre el sistema nervioso central y actúan sobre el estado de ánimo, la conducta y los aspectos más físicos del pensamiento o la percepción, estas disposiciones se muestran aún de una manera más patente.

El rechazo a los psicofármacos puede estar motivado por factores muy diversos, como la falta de conciencia de enfermedad del paciente, que minusvalora lo que le ocurre. También la mala fama adquirida por medicaciones antiguas y tratamientos superados, que llevaban a determinados pacientes a experimentar un cortejo de efectos secundarios verdaderamente molestos y llamativos. –«Mira: está «zombi», se decía.

Otras veces es el miedo, razonable pero infundado, a perder algo esencial de sí mismo por el efecto de una sustancia química que afecta a la conducta y la percepción. Hay un miedo a todo lo químico, a lo artificial, como si por ser tal lleve añadido un mal. Y lo cierto es que en nuestra vida hay mucha química: todo lo que ingerimos o respiramos es químico, y mucho de ello es también sintético: edulcorantes, conservantes, colorantes, sabores, refrescos y bebidas... Y las medicinas no dejan de ser productos químicos como esos con los que la humanidad lleva muchas décadas, e incluso siglos, ya familiarizada.

Los medicamentos están estudiados, diseñados y experimentados para beneficio de los que los necesiten y en general, salvo fallos, cumplen su función en un mayor o menor número de casos, que en estadísticas globales podrán rondar el 60 o 70 por ciento de éxitos.

Es preciso perderle el miedo a usar medicamentos que no tienen por qué crear adicción, pues las adicciones están en las personas y no en los fármacos. Y el que los prescribe suele tenerlo en cuenta, para no recetar a determinado enfermo un medicamento que pueda gustarle tanto como para que acabe abusando de él. Los psicofármacos no son «drogas».

Es verdad que los tratamientos psiquiátricos, salvo en casos concretos, no suelen ser cortos, porque los trastornos que los hacen necesarios se prolongan en el mejor de los casos al menos por semanas o meses. Algunos de los psicofármacos, además, tienen un período de lactancia de dos a cuarto semanas, en las que no comienzan a notarse sus efectos curativos. Pero eso no quiere decir que una vez que el paciente comience a usarlos luego no va a poder dejarlos. Sólo en algunos casos concretos una persona va a necesitar tratamientos continuados por muchos años, pero aun así el tratamiento es lo mejor, pues si le es necesario quiere decir que no puede pasar sin él. Y el balance entre molestias secundarias –que muchas veces ya son prácticamente imperceptibles– de la medicación frente a los síntomas de la enfermedad es muy positivo para el paciente.

Tampoco suele ser cierto el temor a que el uso prolongado de determinadas medicaciones produzca degeneraciones de órganos del cuerpo humano. Los fármacos son cada vez más «limpios» y además de producir menos efectos secundarios también son mejor metalizados sin afectar negativamente al organismo. Además, el médico vigilará el proceso que llegue a hacerse crónico y hará las variaciones terapéuticas que estime más oportunas para el paciente.

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