¿Qué significa el día de la Inmaculada Concepción en nuestra vida?
Es una festividad de carácter religioso, que conmemora el nacimiento de la Virgen María, quien estuvo libre de pecado y culpa desde su concepción hasta su muerte, según marca la tradición católica.
¿Qué significado tendría una mujer tan excepcional como María en nuestras vidas? Quizás sería un maravilloso ejemplo a seguir. Sin embargo, hoy en día, todo gira alrededor de la belleza física, de la ropa, de los últimos diseños y complementos que las diferentes modas nos “regalan” en el día a día. Nos olvidamos de “mirar” al cielo, donde aparece rodeada de doce estrellas, las mismas que lleva “la bandera de la Unión Europea, que representan a los pueblos de Europa, forman el círculo como símbolo de Unión. Están dispuestas como las horas en la esfera de un reloj y su número invariable de 12 significa perfección y plenitud. El número de estrellas no está vinculado con el número de Estados miembros”.
¿Por qué hoy en día nadie habla de esta mujer tan tan poderosa, que nos regaló a Dios, su hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad? Solo es importante lo que aparece en los medios de comunicación masiva, que nos deja sin el otro porcentaje de noticias, quizás mucho más sobresalientes que el valor del dinero, los petrodólares o las CBDC. El ser humano tiene un lado espiritual también, pero se nos olvida muy a menudo.
Me he preguntado miles de veces por qué nos importa solo lo que podemos ver, tocar o sentir y, sin embargo, dejamos de lado el Amor de Dios, que tachamos de nuestras vidas, bien por frivolidad, desprecio o simplemente por tibieza. El ser humano tiene en el centro de su alma el poder que nos añade Dios, que con la intercesión de la Inmaculada Virgen María nos lleva a cumbres elevadas desde donde podemos admirar el gozo de sentirse tocado por la mano de Dios en todo lo que hacemos, el trabajo, la relación con los demás, la alegría con la que, muchas veces nos obsequia Dios y siempre a través de la cabezonería de su madre por sacarnos del atolladero en que a veces nos encontramos inmersos.
Luigi Giussani, el sacerdote italiano, fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación, que fue profesor de Filosofía en la Universidad Católica de Milán y la Universidad Pontificia Lateranense en Roma, vicepresidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II, dedicado a los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, escribió esto tan bonito sobre María: «María, Tú eres la primera casa de Dios en el mundo, el primer contexto, el primer ámbito, el primer lugar en el que todo lo que había era de Dios, del Dios que venía a vivir con nosotros. Todo lo que Tú eres, todo, es para Dios, es morada suya. No hay ninguna falsedad en ti: ‘Gratia Plena’».
Lo que más admiro de la Virgen María es que nunca sobresalió en nada, nunca se llenó de soberbia, a pesar de saber que era la madre de Dios. Era una niña cuando el Ángel le anunció que iba a ser la madre de Dios y dejó de lado todo el revuelo que podría causar en una cultura tan diferente como era el hecho de quedarse embarazada estando soltera, pero ella siguió adelante con los planes de Dios para ella y la humanidad completa. Resulta reveladora la escena de las Bodas De Caná, con María siempre en un segundo plano, sin que nadie vea nada de lo que pide o hace: «Y al tercer día aconteció una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí.
Pero fueron invitados también a la boda, Jesús y sus discípulos.
Y, habiéndose terminado el vino, la madre de Jesús le dice: ‘No tienen vino’.
Y le dice Jesús: ‘¿Qué tienes que ver conmigo, mujer? Mi hora no ha llegado aún’.
Dice su madre a los sirvientes: ‘Haced lo que él os diga’».
Ella siempre continuó con la tarea que Dios le había encomendado, en el silencio de una vida de oración y con el gozo, el contento y la alegría con la que Dios, se supone, bendice al que lo sigue, a veces muy muy difícil de llevar a cabo. Por otro lado, Ella, María, siempre le respondió, “Hágase en mí, según tu palabra”.
Ahora que acabamos de empezar la temporada de Adviento, levantemos nuestra mirada a María, así nos cruzaremos con la suya miles de veces cada día y todos los días de nuestra vida aquí y en la eternidad. Sabemos que es muy fácil escribirlo aquí o pensarlo, pero casi siempre nos olvidamos de hacerlo. Empecemos poco a poco con el rezo del ángelus todos los días al mediodía, mirándola con el Amor que ella nos regala cada segundo de nuestra vida en esta tierra, que muchas veces parece un culebrón sin sentido, este valle de lágrimas puede ser un valle florido y alegre, incluso cuando parece que todo va mal.
Termino esta carta como siempre, deseándoles mucha paz y mucho bien, pásenlo bien y pórtense excepcionalmente bien, para así llegar a esa plenitud de vida a la que llegó María, “infectada” del Amor de Dios y del Espíritu Santo, y aun siendo conocedora de todo el sufrimiento que llevaría en su corazón por decirle a Dios que sí, siguió adelante con el proyecto que Dios tenía para Ella desde el inicio de los tiempos, mucho antes de haber nacido.
Gracias a este periódico por la publicación de esta carta y a los posibles lectores de la misma por su gran paciencia al invertir su preciado tiempo en la lectura de estas líneas.
Les dejo, como siempre, con la nota musical de la semana, el “Ave María” de Schubert cantada por Luciano Pavarotti. ¡Hala, con Dios!
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