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Rafael Fernández, su talante y su pipa

26 de Diciembre del 2010 - Antonio Checa Pérez

El pasado 18 de diciembre fallecía en su querida y natal ciudad de Oviedo Rafael Fernández un, por encima de todo, hombre bueno, inseparable de su buen talante y de su «buena» pipa, lo que no excluía los buenos «habanos».

Recibí la noticia sobre las dos del mediodía, en una ciudad próxima pero fuera del Principado a la que me había desplazado, justo cuando entraba en un taxi camino del hotel: me la comunicaba Pablo González, redactor de LA NUEVA ESPAÑA, recabándome que, como consejero de Economía y Hacienda que fui en el Gobierno preautonómico presidido por el fallecido, le aportase algunas opiniones.

De su biografía sólo indico que Rafael Luis Fernández Álvarez nació (1913) y falleció (2010) en Oviedo, a los 97 años: con motivo de la contienda civil española emigró a México en 1937 y volvió a España en 1977, siendo designado, a partir de 1978, presidente del Consejo Regional de Asturias, inicial órgano provisional preautonómico, hasta las elecciones autonómicas de mayo de 1983, las primeras tras la aprobación del Estatuto de Autonomía de Asturias.

Es considerado, por tanto, el primer presidente del Principado.

La noticia no me sorprendió demasiado pues le hacía a Rafael casi «centenario», edad a la que él decía que llegaría y, por otra parte, alguna vez le vi a distancia sentado en su silla de ruedas paseando por el ovetense Parque de Invierno con su inseparable segunda mujer, Belén, de los últimos 14 años, a la que conocí poco después que a él como su secretaria en Presidencia en 1979.

Subtítulo: Un político que sobre todo enseñaba la concordia

Destacado: Coordinaba, y muy bien, un gobierno de concentración y no monocolor como los actuales, con un sincero talante conciliador

Pero sí impacta una noticia así, cuando una persona con la que trabajaste y tuviste una muy buena relación, de la que aprendiste y mucho, que en parte modeló y suavizó ansias más rebeldes y juveniles, que era un amigo sin dejar de ser presidente, que enseñaba la concordia, que coordinaba y muy bien un gobierno de concentración y no monocolor como los actuales, con un sincero talante conciliador...

En definitiva, que era una persona muy apreciada y respetada en todos los ambientes e instituciones asturianas y aun españolas y mexicanas, muy al estilo de los irrepetibles «Tarradellas» de entonces, pues sí, sí impresiona porque con él se va y a la vez queda una parte de la Historia de España, una parte ilusionante y democrática, en la que la reconciliación primaba por encima de todo, el pacto y el acuerdo eran consustanciales con la política y ellos eran unos maestros a imitar entonces y siempre.

He citado como personas destacadas de la transición a, entre otros, Adolfo Suárez, Francisco Fernández Ordóñez, Felipe González..., pero también las hubo a niveles regionales, como el comunista asturiano Horacio Fernández Inguanzo, «El Paisano», fallecido hace años, y muy en especial a quien nos ocupa, Rafael Fernández.

Y una última «anécdota», entre muchas, que denotan el carácter austero y sencillo de Rafael. En aquellos tiempos no existían los coches «oficiales», de tal forma que cada consejero usaba su vehículo particular; también debía hacerlo el presidente, pero como no lo tenía (y creo que ni siquiera carné de conducir), se arreglaba pidiendo favores a amigos o usando taxis o incluso alguna vez el transporte público.

Aunque sólo fuera por respeto a la institución y al presidente como representante máximo de la misma, se me ocurrió que debíamos comprar un coche para aquel en lo que estuvieron de acuerdo todos mis compañeros del Consejo.

El problema fue que al proponérselo a Rafael se negó tajantemente y, tras mucho razonar con él e incluso un simulacro de «votación» unánime a favor de la propuesta frente a su negativa, lo admitió a regañadientes, pero dijo: «De acuerdo, pero el coche lo usaremos todos».

Sirva de epitafio: Presidente y amigo Rafael, cumpliste con tu deber, te estamos agradecidos y siempre te recordaremos… ¡Descansa merecidamente en paz!

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