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La muerte de Carlos Andrés Pérez y la nueva Venezuela

4 de Enero del 2011 - Antonio de Pedro Fernández (Cangas de Onís)

El 25 de diciembre del finalizado 2010 fallecía, a los 88 años de edad, en Miami USA), Carlos Andrés Pérez, quien fuera, en dos oportunidades, presidente de Venezuela. Con él desapareció uno de los últimos exponentes de la Venezuela que, en buena parte del s. XX, dirigieron un país configurado dentro de los esquemas de las democracias formalistas, tan caras al modo de ser «democrático» de Occidente. De todos los figurones de ese sistema político que en Venezuela constituyó la denominada IV República sobrevive Jaime Lusinchi. La historia juzgará, pasadas las euforias del fervor revolucionario y asentadas las estructuras e instituciones de un nuevo tiempo, el papel que personajes como Pérez cumplieron en el desarrollo del país. Soy, como otros muchos, sobreviviente de las miserias y angustias de sus gobiernos, de esta larga época vital para el desarrollo venezolano.

La llamada IV República no puede olvidarse ni minimizarse. Ha sido un periodo histórico en que, fundamentalmente, la socialdemocracia y la democracia cristiana latinoamericanas, abstracción hecha de los periodos dictatoriales, han ejercido un poder absoluto, agobiante, dependiente y excluyente. Ha sido un periodo donde el capital financiero y monopolista, importador y de plena sintonía con los intereses extranjeros y en especial de los EE UU, arrumbó el destino nacional. Ciertamente, al socaire de tales presupuestos, unas clases medias y altas, calificadas profesionalmente y con gran poder adquisitivo, se desarrollaron. A la par, los más amplios sectores populares se beneficiarían del producto marginal de la riqueza producto de la explotación de los inmensos recursos naturales, conformándose con ser protagonistas pasivos de los procesos electorales, controlados por las fuerzas políticas indicadas. Todo parecía inamovible. La apariencia democrática resultaba grata a los poderes reales que decidían los destinos del mundo.

La insurgencia del chavismo, su consolidación por sucesivos periodos electorales, constituyó la expresión de que tras la fachada democrática oficial existía otro país, otras inquietudes, otras aspiraciones. La Venezuela de la IV República está en el pasado. Cualquiera que sea el futuro venezolano no se parecerá al pasado. A trancas y barrancas, con luces y sombras, con aciertos y desaciertos, con errores de estrategia y de cambios tácticos más o menos improvisados, esta Venezuela actual intenta abrirse camino. ¿Se logrará que la necesidad histórica de hacer otra Venezuela más soberana, más independiente, más auténtica, que mire a un futuro más justo y equitativo, llegue a materializarse? En mi opinión, hay factores objetivos que pueden propiciarlo, mas la revolución venezolana está cargada de factores subjetivos negativos que pueden llevarla al traste, hacerla fracasar. Pienso que históricamente está demostrado que la sola imposición «por arriba» de metas revolucionarias, aun al amparo de la legalidad imperante, no es suficiente. El otro mundo posible no se decreta, se gana, se conquista con el favor de las más amplias masas populares a cuyo frente y dirección, a su vanguardia, debe estar un partido revolucionario, no una masa informe, sedienta de las prebendas y gozosa de las mieles del poder. Ahí está, pienso yo, el meollo de esta Venezuela actual.

Sin duda que será necesario deshacer y hacer, eliminar privilegios, reestructurar instituciones, etcétera. Sin embargo, la conciencia popular, el alma de los pueblos, requiere para su transformación largo tiempo, pero no me cabe la menor duda de que ello no se logrará restando amigos, creando enemigos que por su propia naturaleza no lo son. De ahí que la responsabilidad histórica de los líderes de la Revolución venezolana en estos momentos va más allá de la altisonancia propagandista, de la consigna política y del voluntarismo legislativo.

Por mi parte, pienso que el camino venezolano al socialismo no solo es necesario, sino también posible, pero para ello debe superar sus propios demonios. Ciertamente, existe el enemigo exterior coaligado con los sectores reaccionarios del interior, pero, acaso, su mayor enemigo está en sus propios errores, está dentro de sí, en su carencia de autocrítica, en su tendencia populista, en su autosuficiencia, en su burocratismo, en su autocomplacencia, en la propagación de corruptelas mayores y menores, etcétera. Yo hago votos por que el socialismo sea tangible, valido y cierto, y que, mi vida, llena de sus sueños, las carencias humanas, una vez más no lo hagan fracasar.

Estas reflexiones surgidas en esta Caracas luminosa y entrañable, un 25 de diciembre, a raíz de la desaparición física de uno de los más conspicuos representantes de eso que fue, y es, el gran fraude de las democracias formalistas del siglo XX latinoamericano, quisieran ser alentadoras para que este gran pueblo pueda alcanzar su mejor destino.

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