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El amador austral

4 de Enero del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Quién me iba a decir que una distraída actividad de «zapping» me habría de hacer testigo, el pasado sábado 18 de diciembre, de la última emisión de CNN, que rendía el alma a Berlusconi al filo de aquella medianoche. Moderaba el debate José María Calleja y debatían cuatro damas sobre las derivaciones del Wikileaks y las desventuras amatorias del protagonista, Julian Assange. El australiano, por lo que se cuenta, lleva al margen de la cibernética una vida sexual muy poco virtual; y no demasiado virtuosa, si hemos de creer a un par de damas suecas que hablan de cosecha propia.

Dado que la emisión transcurría fuera del horario infantil, se entraba en materia sin tapujos y pude, así, enterarme, con pelos y señales, de lo que durante días había sido para mí sólo un confuso runrún. A Julian Assange le tienen puesto pleito por lo penal, acusándolo de violación, esas dos mujeres que en algún momento, cada una por su lado, fueron sus amantes. Pues de aquellos polvos vienen estos lodos. Con la primera, estando en ello, la rosa le dijo al lirio: –Quieto parao, que me parece que se te ha roto el chubasquero. Y el lirio, por aquello de la inercia, en lugar de pararse «de-iso-fato», siguió marcando el paso (uno-dos, uno-dos) un par de metros más; lo que se dice (me parece) pasarse un poco de frenada.

Con la otra, después de una primera «ronda nocturna» («on canvas», como la de Rembrant), al zagal le pidió el cuerpo, ya de mañana, una segunda vuelta; desperezóse la doncella (ejemplo, por si alguien recuerda a estas alturas el sentido original de la palabra) para decir que de eso nada, que con la de anoche sobra y basta. Volvió el mozo a la carga por ver si colaba, pero no coló. Y ahí debió quedar la cosa (pues dos no riñen si una no quiere); pero eso era ignorar que, en Suecia, insistir o demorarse en ciertos juegos y preámbulos puede caer ya bajo la sombra ominosa y formidable de la violación. En efecto, algunos días más tarde los Juzgados registraban un par de denuncias contra el amador austral.

Llevaba la voz cantante en el debate una señora cuyo nombre ahora mismo no recordaría aunque me maten, pero tiene escrito un libro sobre la soledad del juez (y algo sabrá del tema la señora cuando el juez de dichas soledades es marido de la autora). Pues en esta materia más bien resbaladiza sentenciaba aquella dama con aplomo: –Si cuando yo dijera basta siguiera el otro por su cuenta, yo tendría muy claro que me están violando.

A lo que un servidor opondría, aunque no con tanto aplomo, la proposición contraria: violencia la de la mujer que pretendiera hacerte frenar en seco después de haberte puesto en marcha. En efecto, no hace falta ser sexóloga ni mecánico para entender que no se puede meter la marcha atrás sin que se rompa la caja cuando ya has entrado en cuarta. Resumiendo: está claro que el Julian del Wikileaks no es precisamente de madera; pero entre tener salud y ganas y ser un presunto violador media un trecho largo que bien pudiera ser el que separa la inocencia del crimen. A lo mejor hay que ir pensando en exigir que la militancia de género respete las distancias. Entre tanto Julian Assange ya ha tenido que vivir escapando y escondido, como un Salman Rushdie del puritanismo occidental. Preocupante, porque entre un presunto inocente y un presunto violador debería estar meridianamente claro de qué lado se inclina la presunción.

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