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España, vuelve a ser tú misma

24 de Enero del 2024 - Juan Goti Ordeñana

En los últimos tiempos, la desviación que tienen España y Europa de su cultura tradicional induce a hacer una llamada de atención, pues como advertía el periodista norteamericano Tucker Carlson en una reciente entrevista: «Si alguien quiere saber cómo serán los próximos diez años en el resto de Occidente, que mire a España». España marcó las líneas de los Estados modernos en el siglo XVI, y ahora está señalando el abandono de su ser, de la cultura humanista. ¡Cuidado!

El reencuentro de España consigo misma supone un ejercicio de memoria, consistente en volver a estudiar ordenadamente su propia historia. Y sería un saludable trabajo en la presente sociedad positivista rememorar lo que fue, cuando se está olvidando el origen de la cultura y del sistema de educación, que nos ha transmitido nuestros valores humanistas, y cuando en su lugar se infunde una preocupación económica y materialista. El fin del hombre se ha reducido a adquirir bienes y servicios, que ahorren todo dolor e incomodidad. Se propone hoy como objeto de la vida un consumo que perpetuamente se consume a sí mismo para dejar paso a nuevos y más seductores bienes que faltan por llegar. El despertar de una memoria crítica, en contraposición a esta sociedad positivista, encierra interesantes retos.

Cada vez se hace más necesario revalorizar la memoria, que además de la definición, que encontramos en la filosofía, como potencia del alma tiene la función de ser un depósito ordenado del saber. La disposición ordenada de saberes es un requisito esencial para una buena memoria. La Iglesia, en este sentido, ha jugado un inapreciable papel en la conservación y ordenación del patrimonio cultural. Puesto que ha sido, como dice Paloma García Picazo, «depositaria de gran parte de los valores y conocimientos -sabiduría, en suma- de la Antigüedad, acervo que supo conservar, acrecentar, enriquecer y transmitir con generosidad y genio a lo largo de los prolongados 'siglos oscuros'. Por otro lado, sirve para asegurar su función evangelizadora (además de cultural y, eventualmente, civilizadora) en el presente y en el futuro».

Sumario: La necesidad de hacer un ejercicio de memoria sobre la propia historia de España

Destacado: El patrimonio cultural que hoy día disponemos ejerce una doble función: es un testimonio del pasado de nuestros pueblos y es una crítica de la sociedad moderna

Este patrimonio cultural que hoy día disponemos ejerce una doble función: de una parte, es testimonio del pasado de nuestros pueblos, y de otra, es una crítica de la sociedad moderna. El primer aspecto hace referencia a elementos integrados en nuestro ser, pues como dicen hoy día los biólogos, cuando han llegado a la célula de la vida, toda la historia de los antepasados, de alguna manera, está impresa en ella, e igualmente, la historia anterior condiciona la identidad de los pueblos, determinando sus caracteres y valores. Todo el pasado se perpetúa en nuestro presente, y su conocimiento a través de todos esos restos y vestigios, que se han conservado, resulta imprescindible. En segundo lugar, es una crítica de nuestras formas de vida, como dice Marcuse: el recuerdo «del pasado... proporciona criterios críticos», puesto que «el restablecimiento de la capacidad rememorativa... va de la mano con el restablecimiento de la capacidad cognoscitiva de la fantasía», de donde se sigue que «el restablecimiento de los derechos del recuerdo, como medio de liberación, es una de las más nobles tareas del pensamiento». «Recordar es una forma de desligarse de los hechos presentes, un modo de meditación que por breves instantes rompe el omnipotente poder de los hechos. La memoria trae el recuerdo de pasados terrores y pasadas esperanzas... Y en los hechos personales que revive la memoria individual se insinúan las angustias y anhelos de la humanidad». Y como dice Theodor W. Adorno: El conocimiento participa de la tradición, aunque sea como recuerdo inconsciente; por lo que no cabe ni siquiera formular una pregunta en la que no se contenga y aflore el saber del pasado.

En este momento de búsqueda de identidad de la unidad europea, el acervo del patrimonio cultural conservado por la Iglesia está jugando un papel decisivo. Por una parte, hay que contar con la riqueza monumental, que constituye un testimonio, tanto en sí mismo como en su disposición geográfica sobre el ámbito territorial. Su distribución en diversas circunscripciones, monasterios, diócesis y parroquias no es caprichosa, muestran los centros de vida de nuestras comunidades y la riqueza que en otro tiempo dispusieron, amén del nivel cultural que llegaron a alcanzar, las formas de vida y los valores que llenaron sus ansias y aspiraciones.

De otra parte, está la forma de expresarse, que nos lleva a desligarnos del presente y de los valores positivistas a que nos lleva la cultura del consumo, y nos abre las puertas de una mediación con los valores espirituales, que los antiguos no solo supieron vivir, sino, también, reflejar su forma de pensar en una rica iconografía. Es admirable el método de aquella cultura que, con formas visuales, supo crear una educación plena de contenidos. Con lo que personas que no conocían las técnicas de la lectura aprendieron toda la simbología de una profunda ideología religiosa. Mientras hoy día con una escolarización total, por influencia de una cultura visual, llegamos a un analfabetismo funcional no solo para comprender el sentido religioso, sino los significados simbólicos de los valores humanos. La secularización progresiva actual lleva no solo a la aculturación religiosa, sino también a un vacío humano, pues no se ha sustituido por una inculturación laica en el sentido de las exigencias del espíritu humano. De modo que los jóvenes, salvo los que por su iniciativa sienten una urgencia del espíritu, se ven condenados al desconocimiento, no sólo de sus raíces religiosas, sino de sus propios fundamentos culturales y vitales en sentido amplio.

En este tiempo de vacío, como augura Mayor Zaragoza, director general que fue de la Unesco: «Muy probablemente, estamos al fin de un periodo histórico y al comienzo de otro. ¿Fin y mutación de la Edad Moderna? Es difícil saberlo. De todos modos, el derrumbe de las utopías ha dejado un gran vacío no solo en los países en donde esta ideología ha hecho sus pruebas y ha fallado, sino en aquellos otros en que muchos la abrazaron con entusiasmo y esperanza. Por primera vez en la historia, los hombres viven en una suerte de intemperie espiritual». Por tanto, una vuelta a nuestra cultura, llena de contenido espiritual, constituye un ejercicio de memoria muy interesante y necesario.

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