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Eguzkilore, en el primer aniversario de la muerte de Antonio Beristain Ipiña

5 de Enero del 2011 - Luis Carlos Albo Aguirre

Sólo hay tres voces dignas de romper el silencio: la de la poesía, la de la música y la del amor, y las tres eran utilizadas con destreza por Antonio Beristain Ipiña, S. J.

Quien asistió a sus clases sabe de su atipicidad, creatividad, originalidad e incluso divertimento, sin dejar nunca de ser profundas y rigurosas; acostumbrándose pronto a que las cuestiones que se le iban presentando desde la bancada hallasen el «usted mismo», con que demandaba el criterio del alumno interlocutor, en un ejercicio previo de reflexión, antes de ofrecer su sabia respuesta.

Amante de los místicos, gustaba de recordar a San Juan de la Cruz: «Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber que no hay facultad ni ciencia que le puedan emprender quien se supiere vencer con un no saber sabiendo, toda ciencia trascendiendo». Sin duda por llevarlo a la práctica, en todas las aulas que lo acogieron a lo largo de cuarenta y un años de docencia, puede verse su huella.

Durante los tres años que la impartió en el edificio histórico de la calle San Francisco creó el Grupo de Oviedo, como siempre gustó denominarlo, por el que profesase tanta predilección, a pesar de que sus integrantes, siendo como eran apasionados penalistas, declinasen seguirlo en su andadura a la Universidad del País Vasco. Ya para entonces había germinado la idea de lo que se convertiría en su gran creatura: el Instituto Vasco de Criminología, que vería la luz en 1976, aunque no se llegaría a constituir de manera formal hasta dos años después.

Su buque insignia no podía ser otro que Eguzkilore, flor protectora contra las fuerzas negativas, como diese en llamar a su cuaderno, donde eximios tratadistas han ido incorporando importantes artículos, ensayos y comentarios relacionados con la investigación y la formación especializada e interdisciplinar en ciencias criminológicas y victimológicas, de tanta utilidad a las actividades prioritarias del instituto, al contribuir al fomento del estudio, de la consultoría externa y de la transferencia del conocimiento a la sociedad.

Subtítulo: Creador del Instituto Vasco de Criminología impartió durante tres años clases en Oviedo

Destacado: Desarrolló y completó su labor investigadora dejándose acompañar de su pasión por la música clásica

Gustaba Antonio confesar que se había formado en Alemania (Friburgo de Brisgovia) y que se había reformado en América Latina (Argentina, México y El Salvador), donde a su decir halló personas de gran sabiduría, donde se adentró en el análisis de las agencias punitivas (Raúl Zaffaroni) y donde comenzó a asumir, movido quizá por la compasión, que «todos los penalistas tenemos las manos manchadas», fruto de su convencimiento de que el dolor no debe ir unido al Derecho.

Desarrolló y completó su labor investigadora dejándose acompañar de su pasión por la música clásica, alemana principalmente, sin que resultase extraño escucharla mientras preparaba sus clases y seminarios, gustando de acompañar sus exposiciones apoyándose en las diversas manifestaciones artísticas, pictóricas y escultóricas principalmente. No es extraño que para su postrer adiós eligiese el «Ave María Guaraní».

No alcanzaba a entender la razón de que los códigos penales europeos, con cita expresa del alemán, del francés y del español, en una suerte de venganza hasta cierto punto, reiterasen y hasta se recreasen en las referencias al castigo y a la acción de castigar, ésa fue su primera discrepancia al conocer el proyecto del Código Penal que acaba de entrar en vigor. A pesar de todo, maestro, siempre lo tendremos presente: «Nunca rompas tus sueños, porque matas el alma».

A nadie puede extrañar que quien así vivió tuviese por inquietud un inquebrantable compromiso en pro de la justicia, de la paz, de los Derechos Humanos y de la víctima, que lo hizo merecedor de tantos y tan prestigiosos premios, entre los que no puede dejarse de mencionar, desde nuestra perspectiva, la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort y el premio «Derechos Humanos» 2005, instituido por el Consejo General de la Abogacía Española.

El profesor Beristain ante la injusticia resistió. Preconizó, más allá del punto de vista procesal, el principio «in dubio pro víctima» y el concepto de macrovíctima, convencido de que el efecto del terrorismo no cesa ni de día ni de noche. Por ello, entendía el perdón abrahámico limitado, con justicia y con reparación, destacando lo que gustaba denominar como el milagro de las víctimas del terrorismo que durante treinta largos años han llevado su dolor, su victimización, sin hacer ningún amago de venganza, pues para él eran –son– personas de una dignidad extraordinaria.

De ahí su solicitud de que sus cenizas reposasen, como lo hacen desde el 29 de diciembre de 2009, en el cementerio donostiarra de Polloe al lado de uno de sus amigos y discípulos, funcionario de prisiones y profesor del Instituto Vasco de Criminología, asesinado por ETA: Javier Gómez Elósegui.

El Colegio de Abogados de Oviedo dejó constancia, en la primera de las sesiones de su Junta de Gobierno celebrada tras su fallecimiento, del vacío que había supuesto su pérdida, tras patentizar su reconocimiento y el de la abogacía en general hacia quien no vaciló en contribuir a su formación continua cuando para ello fue requerido.

Lamentablemente, su truncada agenda le impidió hacerlo en su Centro de Estudios, como había sido su confesado deseo, que tenía que hablarnos de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

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