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La sociedad, la trampa del skincare y la salud mental

29 de Enero del 2024 - Covadonga Triviño Pérez (Oviedo)

El skincare es una patraña. ¿Que si yo misma he caído en las trampas del cuidado facial?, sí, por supuesto que he mordido el anzuelo de echarme diariamente todas las mañanas y todas las noches mis seis cremas para la cara, porque, ¡ojo!, no olvidemos que debemos echar una para las mañanas y otra para las noches, que los dos tipos tienen diferentes texturas, que no sabes... Nuestra pobre cara soporta toda la carga de absorber litros y litros de aceite de todas las cremas que le echamos: que si el serum, que si el exfoliante, ahora la crema hidratante, el antiarrugas, el antimanchas, por último la pre-base... y, ya entonces, podemos dar comienzo a introducir los productos de maquillaje.

Pero, ¿cuáles son los orígenes de todo este ritual?

Para indagar en los inicios primero es imprescindible hablar del concepto de individualismo, de la “persona individual” (tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás, o sin sujetarse a normas generales). Surge en la época del Renacimiento (siglo XV-XVI), sin embargo, no es hasta finales del siglo XIX cuando se consolida en las ciudades la persona como individuo, como “yo”.

Todo esto lo podemos relacionar con otro término, el consumismo, que según la RAE es definido como tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios, por lo cual, para que esta práctica sea extendida entre la población, lo que necesita es promover los gustos individuales, acciones identitarias que, valga la redundancia, se identifiquen con nuestro ser, “mi” rostro, “mi” cuidado personal y, por ende, “mis” seis cremas diarias.

Dentro de esta visión posmoderna, aparecen nuevos problemas añadidos a la salud mental de la ciudadanía, a nosotros como comunidad, el impulso y la sed de querer más y más. El último modelo de iPhone, aunque cueste el doble de precio que la versión anterior, porque sí, porque ese móvil está hecho para “mí” y porque es una necesidad imperiosa e inmediata estar a la moda, estar actualizados y puestos en el tema, aunque sea solo por “simular”.

Sentimos la urgencia de seguir a nuestros referentes a través de las redes sociales, los llamados “influencers”, aspiramos a ser como ellos, a tener sus vidas perfectas llenas de enseres y materiales aparentemente poco útiles.

En tanto que existen un millón de posibilidades de elección, bombardean diariamente nuestros cinco sentidos de información, en gran parte banal, insignificante. Está en nuestras manos elegir cantidad de relaciones, de contextos, de productos y de contenidos inalcanzables.

Llegando por fin a la conclusión de toda esta historia, podemos destacar que los trastornos más comunes de la era posmoderna son los trastornos de conducta alimentaria, la depresión o los trastornos de la ansiedad, entre otros. El individualismo provoca en nosotros una sensación de vacío, de soledad (término que no es concebido como algo negativo hasta el siglo XIX), padecemos miedo estrepitoso al fracaso, la exigencia de tenerlo todo bajo control y la devoción al físico perfecto e impecable (retomamos la cuestión del skincare, porque no olvidemos que es de vital importancia mantenerse joven y a tono, después de los 30 tu vida está acabada, asúmelo).

El mundo frenético en el que vivimos nos obliga y nos fuerza a seguir este ritmo enajenado, imparable. Tomar distancia y ser conscientes de que somos seres receptivos de información constante, fácilmente persuasivos y susceptibles, es la fórmula para, al menos, pararnos un limitado momento a ser pensadores activos en sociedad y ser libres de nuestros juicios y decisiones.

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