¿Se puede cuestionar la violencia de género?
No, lo que sí se puede cuestionar es la manera de abordarla, cómo se obtienen los datos que llevan a unas conclusiones de las que no se puede dudar, y cómo se trasladan a la sociedad.
Siempre habrá delitos porque la condición humana no va a desaparecer, ni los trastornos de conducta u otras patologías mentales, y tampoco la lucha de intereses materiales o sentimentales, ni la pugna por el poder en una sociedad cada día más competitiva, individualista y excluyente (por otra parte movilizada en un afán inclusivo, no cabe mayor incoherencia).
Y se apuesta por la necesidad de incidir en la educación como instrumento de concienciación en niños y jóvenes, que no deja de ser un contrasentido cuando el educador, al dejar la clase instructiva, regresa a sumergirse en una sociedad en la que las propuestas reales (los actos) no coinciden con lo que acaba de catequizar en el aula.
Por otra parte pensar que una persona instruida es menos violenta, dependerá de la naturaleza del delito a que nos estemos refiriendo, ya que la sociedad que entre todos se construye es cada día más hostil. Así que las violencias se mantendrán, también las que dependen de los sentimientos, inseparables de la condición humana y los conflictos que la definen.
La de género, como única violencia a combatir, puede y debe ser cuestionada, y también si se considera unidireccional, es decir, que uno de los dos géneros es ajeno al conflicto, o siempre es víctima, mientras que el otro no vive situaciones de abuso, maltrato, humillación o engaño.
Existe violencia entre hombres, entre mujeres, de hombres a mujeres, de mujeres a hombres, de hombres a niños y de mujeres a niños.
Para el conocimiento del comportamiento violento de una sociedad es irrenunciable el disponer de los datos de todas sus variantes, además de sus motivaciones. Silenciar estas y ocultar aquellos significa renunciar a conocer el protagonismo de cada tipo dentro del conjunto, y, por lo tanto, es un desentendimiento premeditado de la realidad del todo, y una cifra estadística aislada del resto carece de significado, y su valor, en este sentido, es cero.
Y esa ignorancia voluntaria o rechazo (incluso por imposición) no puede ser interpretado más que como intencionado y hace dudar de que sus fines sean inocentes. Probablemente el intrincado tejido económico y político levantado alrededor del asunto tenga mucho que ver con ese desdeño hacia una realidad que podría colisionar con intereses que han terminado siendo empresariales y de poder. Si los encargados de confeccionar y transmitir las estadísticas son los mismos que se benefician de sus conclusiones (hay un imperio en juego), la imparcialidad de ese proceso es en sí mismo sospechosa.
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