Que venga Diógenes
Cada día tengo más claro que Pedro Sánchez es un gran enfermo, habitado por una obsesión: la del brillo absoluto de su propia persona, por medio del control -absoluto también- del poder a costa de cualquier cosa: ya sea mentir con alevosía, vender su alma al diablo o destruir España, para lo que va por muy buen camino.
Sí, pienso que está muy enfermo y que debería ser internado rápidamente en un hospital psiquiátrico. Pero no he de negar que demuestra una gran -¿y pérfida?- inteligencia para alcanzar sus fines. Poco a poco, primero solapadamente y ahora, ya con un descaro que él equipara a la virtud, ha ido envolviendo a todo el mundo, atando bien los cabos a cada paso que da, para que nadie pueda impedir lo que pretende.
No hay nada más peligroso que un enfermo clarividente y decidido a alcanzar un fin retorcido y malvado. Pero, realmente, ¿nadie puede impedir esto? ¿No hay entre sus propias filas alguien decente, que tenga un mínimo de conciencia, para reconocer el mal que su líder está multiplicando, y mostrar el valor de dar un paso al frente contra su acción arrogante y destructora? ¿Y qué hace la oposición, dividida y poniendo paños calientes donde hace falta un bisturí bien afilado? Andan en trifulcas de patio de vecinos, peleados, desunidos, cuando nos están matando a España. ¡Qué vergüenza! Son igualmente peligrosos los que ven a ese enfermo clarividente ir consiguiendo sus fines y miran para otro lado o no tienen el valor de apartar sus diferencias, para buscar el bien de España y de todos nosotros.
Venga Diógenes con su candil, para ayudarnos a encontrar a esos hombres y mujeres de una pieza, que no tengan miedo a la verdad, a remangarse, a tomarse de las manos, a meterlas en ese barro sucio y a hacer lo que haga falta para limpiar este país y que podamos seguir avanzando. ¿De verdad no hay nadie? Yo aún tengo esperanza y quiero pensar que sí.
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