Pues sí, nos escucha y nos responde
Ya murió, pero antes me pidió encarecidamente que lo contara para gloria de Dios, y se lo prometí. No es casualidad, la Providencia actúa.
Casado y con dos hijas, estaba económicamente bien situado. La mala suerte le tentó, o fue tentado, a meterse en un negocio con desconocidos, que fue su ruina. Le embargaron todos sus bienes y experimentó cómo de vivir con holgura pasó a la extrema pobreza. Abandonaron su preciosa casa, sus hijas tuvieron que dejar el colegio, y dormían los cuatro durante meses en el coche, que es lo que les quedaba.
Enterada una señora mayor de su situación (¡bendita sea!) y sin que la familia llegase nunca a saber quién era, la señora entregaba todos los meses a un sacerdote un sobre con dinero para que la familia pudiera acceder al alquiler de una casa y a poder alimentarse. Ya en estas condiciones comenzaron a trabajar los progenitores.
Al poco tiempo una enfermedad grave y terminal vino a adueñarse de él. No temía la muerte, estaba preparado para ella. Sin embargo sentía el dolor y la preocupación de morir y dejar a su familia con tantas deudas, en tan tremenda situación. En esta etapa fue cuando -contándomelo- pude conocer a fondo su situación y cómo se desarrolló su final. Iba todos los sábados a la capilla de Adoración Perpetua de Oviedo a las seis de la mañana y sólo pedía que Dios amparara a su familia cuando él faltara. Muy débil, tambaleante, muy enfermo, no dejó de asistir nunca a su cita con el Señor. Un sábado, al salir de la adoración, vio en la calle a una chica vendiendo lotería o cupones de la ONCE -ya no recuerdo si una cosa u otra-. El poco dinero que llevaba en el bolsillo lo empleó para adquirirlos. Y... le tocó. Pudo pagar todas las deudas y le quedó un buen remanente para su familia. En esta ocasión fue cuando me pidió que por favor lo diera a conocer, que “Dios escucha al que le invoca y le pone remedio, y que sigue haciendo milagros”. “Dilo, Inés, por favor, cuéntalo”.
Descanse en paz este buen hombre.
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