Una muerte... ¿evitable?
Muere Ryan, el chamaco de Getafe que se tomó un bebedizo con una cosa llamada "cocaína rosa"; hay que molerse...
Asalta, pues, la pregunta de cuál es el precio que hay que pagar por socializar en las etapas tempranas de la vida. Muchas veces no hay un fermento edificante para abrirse paso limpio y santo; es un error craso instar a un menor en su falta natural de hervores a que se labre su propio camino. Incluso para pedir ayuda, se precisa de una toma de conciencia y un acopio de redaños que nunca se alcanzan entre no pocos individuos adultos tenidos por neurotípicos, capacitados o pongan ustedes la etiqueta que quieran, que no seré yo quien se queme los dedos con esas precisiones lábiles.
La pedagogía moderna postula que el niño es dueño de sus destinos. Cuando se acuñó el concepto "fracaso escolar", se gravó la culpa sobre el educando, no sobre el docente, que era y es en ese flanco ideológico un "agente de progreso", "uno di noi".
Con el segmento de ocio ocurre algo parecido en lo tocante a la salvación individual, suficiente para concluir que Ryan ha sido asesinado, sin importar qué tan tortuoso haya sido su desenlace desgraciado, sin sortear la atribución de responsabilidad a los ciudadanos que, con sus votos, consagraron los principios morales execrables que informan la actuación pública.
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