Polarización
Es posible que me vaya convirtiendo en un viejo. Es posible también que mis seguridades se hayan vuelto debilidades. Pero la cuestión que más me preocupa en los últimos tiempos es el observar que en vez de dialogar se echan por tierra las palabras del otro; y cómo la homogeneidad de ciertos grupos se convierte en hostilidad hacia sus adversarios. Cómo lo que debería ser un diálogo se transforma en círculo vicioso; y que la auténtica comunicación parezca imposible. Me resulta llamativo observar cómo la gente se está polarizando. Y temo también que esta polarización vaya a hacer aún más imposible entre nosotros el diálogo tan necesario en nuestros tiempos. Y esto además no me parece que vaya a ser moda pasajera. En verdad lamento la polarización política, pero lamento aún más la polarización afectiva de la gente que, en su apego a los suyos, necesita un enemigo a fin de definirse. En estas posiciones irreconciliables en alza predomina, claro, lo emocional sobre lo ideológico. Y toda esta pesadilla, que nos inquieta, irá a favorecer sin duda ante todo a los fundamentalistas y extremistas. Descarada ironía de la vida. Por lo que para mí la cuestión más preocupante ahora es ¿en qué hemos transformado la democracia? ¿Cómo vivir entre tantas discrepancias emocionales? Y no solo yo, muchos ven este peligro. ¿Seremos capaces al menos de pararnos a pensar nuestros sentimientos? Tal vez no lo pueda decir de otra manera; pero a la hora de terminar, recuerdo cómo la Iglesia debe incitar a los hombres a hablarse unos a otros, a intercambiar recíprocamente intimidades. Un cristiano no ha de vivir esta polarización política. Cristo, que rechazaba cualquier absolutización de la política y su ideologización, sí radicalizaba el compromiso para sanar al hombre. Todo creyente sabe que, sin necesidad de polarizarse, tiene múltiples formas de salir de sí mismo y de entregarse a una vida más amplia.
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