Reflexión
Sabía que los viernes parecen ser momentos únicos para el encuentro con los jóvenes. Y en ciertos lugares es posible ese milagroso encuentro con ellos. Y así, el viernes pasado, hasta me encontré con la sorpresa de que alguno de ellos se interesase por mi inesperada presencia. Con la suerte de no sentirme desplazado, logré pronto sentirme a gusto. Tuve la suerte de poder hablar con alguno de ellos. Al poco tiempo, hasta pude ver que ya eran cinco los que me soportaban.
Pero pronto también entendí que su mundo era otro. Pero, a pesar de ser lejano, era cordial. Ya el primero de ellos me sorprendió con la seguridad en sus palabras. Aunque pronto observé que cosas tan sagradas para mí parecían haber desaparecido de su dominio. De momento me sentía algo perturbado, pero con la sensación de que debía adaptarme. Por otra parte, sus juicios no eran dogmáticos, sino interpretaciones. Para mi sorpresa, cuando salió el tema, al hablar de Jesucristo parece que sólo se quedaban con la virtud del amor. Son perspectivistas, con cierta distancia de nuestras ideas comunes, pero sí con una apertura a las ideas de los demás. Esto último, toda una lección para mí. Ojalá la observemos pronto en nuestros medios de comunicación.
Terminé aquel agradecido encuentro con la conciencia de haberme acercado a una más que soñada realidad. Quedé reflexionando sobre la necesidad, a la hora de hablar con los jóvenes, de un equilibrio entre nuestras palabras y nuestros hechos.
Por lo demás, no sé si llegaré a ver esas nuevas formas de humanidad, ese nuevo estado de existencia impulsado por los avances tecnológicos. Aunque, parándome a pensar en Palestina y Ucrania, terminé sintiéndome incapaz de pensar esa humanidad tecnológicamente mejorada. Quizás antes tenga que volver a escuchar a nuestros jóvenes. Desearía hacerlo con la serenidad y equilibrado humor de mi apreciado Juan José Millás.
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