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Mujeres maltratadas

1 de Marzo del 2024 - Cristina Jiménez García (Gijón)

Decía Ortega y Gasset que el hombre vale por lo que hace y la mujer por lo que es. Esta opinión intemporal cobra, en la actualidad, todo su sentido adaptándola a las nuevas conductas del ser humano. Y es ese hacer y ese ser y estar, al que alude Ortega, el que se ha ido alterando al mismo tiempo que contaminaba las reglas establecidas durante años en las que crueldad y humillación eran signos propios de conductas minoritarias.

Hasta hace no tantos años la fórmula parecía funcionar; la mujer aceptaba el papel que la sociedad del momento esperaba de ella: ser trabajadora, cuidadora, fiel esposa y madre con un talante sumiso y servicial; era para lo que estaba educada y se sentía satisfecha por llevar a cabo una labor tan digna. Pero el paso del tiempo trajo aires nuevos, mostrando que la vieja fórmula, que parecía ser perfecta, se basaba en la supeditación y renuncia de una libertad plena a cambio de una sumisión voluntaria cada vez menos valorada, incluso ridiculizada, al mismo tiempo que la pérdida de dignidad la iba convirtiendo en víctima.

Cabe preguntarse qué lleva a una mujer, incluso muy joven, a soportar en silencio vejaciones y agresiones de su compañero o esposo. Sin duda, es el miedo a romper el vínculo con el maltratador y las represalias y venganzas que puedan sobrevenir. Los miedos se bifurcan: por un lado, miedo a su agresor; por otro, a un destino incierto guiado por la inseguridad. En resumen: miedo a la libertad.

El maltrato es el resultado de la sumisión aceptada desde la primera agresión física o psicológica, donde el temor va cobrando protagonismo hasta encapsular a la víctima en su propia angustia. En muchos casos la mujer se enfrenta, en realidad, a un sádico que disfruta con verla dominada, haciéndola sufrir sin darle la posibilidad de defenderse.

Y son ese género de hombres mediocres y machistas los que, hasta en edades tempranas, se dejan arrastrar por las pautas de una sociedad guiada por el exceso de libertad, ampliamente permitida y difundida, adoptando patrones que los medios de comunicación invitan a seguir sin preocuparse de las consecuencias.

La sociedad se lamenta del nulo resultado de las campañas contra la Violencia de Género; en mi opinión, no son los eslóganes ni anuncios publicitarios los que, como estamos viendo, remedien la situación, sino sistemas educativos impulsados por el Gobierno en los que sociólogos y psicólogos elaboren programas que estimulen la dignidad de la mujer desde niña y el respeto del varón hacia ella desde la infancia, así como imponer todo el peso de la ley a los violadores, asesinos y maltratadores. Por tanto, está en nuestras manos erradicar esta lacra; aunque, por supuesto, no es una tarea fácil ni de rápidos resultados.

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