Ejecutivas

3 de Marzo del 2024 - Marelia Gil (Gijón)

Hace treinta años irrumpimos en el sector financiero toda una generación de veinteañeros, la mayor parte de ellos primeros licenciados universitarios en sus familias y, en nuestro caso, primeras mujeres independientes económicamente y ya no como como secretarias o administrativas, sino como "ejecutivas", para orgullo, sobre todo, de nuestras madres.

El término ejecutivas nos asimilaba a nuestros compañeros masculinos, con los que ya empezábamos a competir no solo en funciones, sino también en aspiraciones laborales, y el término pasaba por igualarnos en su forma de actuar, en vestirnos acorde al puesto con acertados trajes de chaqueta y a tener muy claro que, como mujeres, teníamos que demostrar doblemente. Con estas actitudes, que entendíamos nos "realizaban", retrasamos un poquito respecto a las generaciones anteriores la maternidad y comenzamos ese maravilloso y tortuoso camino de la conciliación, que pasaba por ocultar, disimular y masculinizar nuestra actitud respecto a la maternidad, por esclavizar a los abuelos, o por dejar a nuestros hijos y nuestros sueldos en manos de cuidadoras que solapaban nuestros horarios de doce o catorce horas diarias. Lo habíamos conseguido, y si teníamos dudas en los medios el "Baby, tú vales mucho" nos colocaba como las perfectas ejecutivas, esposas y madres.

En esa tormenta perfecta nuestros superiores, en su mayoría hombres, desconocían cuántos hijos teníamos, pero torcían el gesto sin disimulo ante los embarazos por el parón que suponía en la consecución de objetivos, lo que nos llevó en más de una ocasión a planificar los partos a finales de trimestre, "que así molesta menos".

Aquellos niños que conocieron a sus madres en esas maratonianas jornadas laborales, que crecieron con los abuelos y las cuidadoras, se enfrentan ahora a un mercado laboral donde, supuestamente, pueden hablar con libertad de sus planes laborales y personales, planificarlos ayudándose de reducciones de jornada y permisos de lactancia que permiten repartir con sus parejas lo que antes era terreno exclusivamente femenino.

No se puede negar que en este largo camino de mucho sacrificio los logros son más que evidentes en la equiparación de funciones y sueldos según la valía profesional, y el clima de igualdad en el ámbito laboral no se cuestiona. Sin embargo, algo falla cuando la maternidad se retrasa o se elimina de los objetivos vitales de nuestras "ejecutivas" actuales o, en el caso contrario, cuando el sacrificio personal es tan alto que ese "techo de cristal" se convierte en una quimera.

Es necesaria una cobertura que permita el desarrollo personal y el profesional y que no pase solo por asimilar a nuestros compañeros masculinos a nuestras reivindicaciones; un sistema que nos permita avanzar profesionalmente sin soltar nuestra vida personal, sin dejar la maternidad en un segundo plano, sin que conciliar nos cueste la vida y el sueldo. Políticas que plasmen nuestras diferencias, porque, si no, aquella legendaria realización será solo la de unas pocas que rompen esos también legendarios "techos de cristal", y a qué precio.

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