Ella, Lorena; él, Julio
En un lugar del Norte, del que sí quiero acordarme, se ubicaba un pequeño espacio donde el caminante podía calmar sus apetencias mientras hacía una pausa con la comida o bebida como buenas compañeras reconfortantes.
Hoy no ha salido el sol, hoy es ese perezoso y frío día de invierno que, sin embargo, la climatología ha respetado sin enviarnos agua, nieve o un abrazo del astro rey, pero no lo necesitamos porque tenemos el calor de ella y él.
Minutos donde el respetable cliente no ha dejado de atravesar el umbral de la puerta para dejarse entibiar por ese humeante café, o una refrescante bebida, acompañado de la estructura que conforma la elaboración de carne, embutido o, cómo no, la siempre personal e inconfundible tortilla de patata en su porción de pan.
Hoy mi vieja y cansada anatomía ha vuelto a descansar en este lugar. Con Julio, un no parar a lo largo del mostrador, con su frase más personal -"Esto se complica"- , mientras Lorena, cual hormiguita afanosa y trabajadora, prosigue su labor culinaria en la cocina.
Érase una vez, en una pequeña calle de la ciudad, un rinconcito para el deleite, regentado por Ella, regentado por Él. Su nombre, Cubia.
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